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martes, 16 de abril de 2013

Recomendación cultural

Cuentos clásicos de la India


Pureza de corazón

Se trataba de dos ermitaños que vivían en un islote, cada uno de ellos. El ermitaño joven se había hecho muy célebre y gozaba de gran reputación, en tanto que el anciano era un desconocido.

Un día, el anciano tomó una barca y se desplazó hasta el islote del afamado ermitaño. Le rindió honores y le pidió instrucción espiritual. El joven le entregó un mantra y le facilitó las instrucciones necesarias para la repetición del mismo.

Agradecido, el anciano volvió a tomar la barca para dirigirse a su islote, mientras su compañero de búsqueda se sentía muy orgulloso por haber sido reclamado espiritualmente. El anciano se sentía muy feliz con el mantra.

Era una persona sencilla y de corazón puro. Toda su vida no había hecho otra cosa que ser un hombre de buenos sentimientos y ahora, ya en su ancianidad, quería hacer alguna práctica metódica.

Estaba el joven ermitaño leyendo las escrituras, cuando, a las pocas horas de marcharse, el anciano regresó. Estaba compungido, y dijo:

-Venerable asceta, resulta que he olvidado las palabras exactas del mantra. Siento ser un pobre ignorante. ¿Puedes indicármelas otra vez?

El joven miró al anciano con condescendencia y le repitió el mantra.

Lleno de orgullo, se dijo interiormente: “Poco podrá este pobre hombre avanzar por la senda hacia la Realidad, si ni siquiera es capaz de retener un mantra”. Pero su sorpresa fue extraordinaria cuando de repente vio que el anciano partía hacia su islote caminando sobre las aguas.

El Maestro dice: No hay mayor logro que la pureza de corazón. ¿Qué no puede obtenerse con un corazón limpio?


La niña y el acróbata 

Era una niña de ojos grandes como lunas, con la sonrisa suave del amanecer. Huérfana siempre desde que ella recordara, se había asociado a un acróbata con el que recorría, de aquí para allá, los pueblos hospitalarios de la India. Ambos se habían especializado en un número circense que consistía en que la niña trepaba por un largo palo, que el hombre sostenía sobre sus hombros. La prueba no estaba ni mucho menos exenta de riesgos.

Por eso, el hombre le indicó a la niña:
-Amiguita, para evitar que pueda ocurrirnos un accidente, lo mejor será que, mientras hacemos nuestro número, yo me ocupe de lo que tú estás haciendo y tú de lo que estoy haciendo yo.
De ese modo no correremos peligro, pequeña.

Pero la niña, clavando sus ojos enormes y expresivos en los de su compañero, replicó:
-No, Babu, eso no es lo acertado. Yo me ocuparé de mí y tú te ocuparás de ti, y así, estando cada uno muy pendiente de lo que uno mismo hace, evitaremos cualquier accidente.

El Maestro dice: Permanece vigilante de ti y libra tus propias batallas en lugar de intervenir en las de otros. Atento de ti mismo, así avanzarás seguro por la vía hacia la Liberación definitiva.


El pez y la tortuga 

Amanecía. Los primeros rayos del sol se reflejaban en las aguas azules del mar de Arabia. Una tortuga salía de su sueño profundo y se desperezaba en la playa. Abrió los ojillos y, de repente, vio un pez que sacaba la cabeza del agua. Cuando el pez se percató de la presencia de la tortuga, le preguntó:

-Amiga tortuga, presiento que hay sabiduría en tu corazón y quiero hacerte una pregunta: ¿Qué es el agua?

La tortuga no repuso al instante.

No podía creer lo que le estaba preguntando aquel pez que estaba cerca de ella. Cuando se dio cuenta de que no estaba durmiendo y el suceso no era parte de un sueño, repuso:

-Amigo pez, has nacido en el agua, en el agua estás viviendo y en el agua hallarás la muerte. Alrededor de tu cuerpo hay agua y agua hay dentro de tu cuerpo. Te alimentas de lo que en el agua encuentras y en el agua te reproduces. ¡Y tú, pez necio, me preguntas qué es el agua! 

 El Maestro dice: Ignorante como ese pez, naces, vives y mueres en el Ser y gracias al Ser y, empero, como ese pez que desconoce el agua en la que mora, tú ignoras la Realidad en la que habitas.



*"101 cuentos clásicos de la India. La tradición de un legado espiritual". Recopilación elaborada por Ramiro Calle. 


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