Supertupper

Cine, literatura, teatro, música, comics, televisión... Pequeñas anécdotas y retazos de vida... Cualquier cosa-cualquiera- puede ser guardada en este pequeño gran supertupper.

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lunes, 22 de julio de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 


Ese día había tenido que ir a Madrid para solucionar cierto papeleo que andaba arrastrando y al que no había podido dar carpetazo aún, por lo complicado que suele resultar casi siempre lidiar con los indeseados trámites burocráticos. Y es que si la mala fama los acompaña, será por algo ¿o no?

Pues bien, aquellos indeseados e indeseables tuvieron la osadía de robarme casi todo el día -como ya imaginaba cuando me decidí por emprender esa batalla-, así que hambrienta, ya que ni siquiera había podido probar bocado alguno, y dado que me pillaba de paso, opté por coger el Metro hasta Pío XII  y dirigirme -ya andando-, hacia la calle de Alfonso VIII.

Nada más subir las escaleras de la única salida disponible que me despedían de la boca de metro, a medida que iba ascendiendo hacia la superficie, comencé a sentir como la fresquita y apacible brisa del incipiente otoño se apoderaba de mi cuerpo y me devolvía a la vida, despertándome de mi momentáneo letargo para hacerme resurgir de mi atontamiento de papel, tinta e interminables colas.

Clavada como una farola en la aparente lustrosa acera y tras una profunda inspiración de cinco segundos, al fin empecé a andar camino de aquel olvidado paradero.

La última hora de la tarde lucía unos colores espectaculares, el tiempo me acompañaba favorable por la larga avenida que discurría sin abruptos impedimentos. No podía dejar de sonreír, montones de recuerdos -buenos y no tan buenos- se me agolpaban en la memoria, peleándose por saludarme a cada paso.

Hacía mucho tiempo que no visitaba aquella zona y lo cierto es que seguía más o menos igual. El mismo aire de rancio y alto abolengo se respiraba por la cara externa de esos altaneros muros, que siempre me provocaron un intenso escalofrío.

Mientras andaba, sumida en mis pensamientos, no dejaba de recordar, de pensar... Allí estaba de nuevo y parecía que el tiempo no hubiera pasado jamás, como si se hubiese quedado anclado en la época del silencio. Allí estaba yo otra vez, aproximándome a la avenida del Comandante Franco y a la calle de Alfonso VIII, con paso firme y ligero, disfrutando a mi manera del tiempo y del lugar.

Cuando me dispuse a dejar la avenida de Pío XII, para adentrarme en esas calles de tan sonoras e históricas denominaciones, mi mirada se detuvo en seco durante un breve pero certero instante en unos guantes que me parecieron de seda negra, y que alimentaban a todo un corrillo de palomas. A mi derecha, en un banco de ajada madera oscurecida muy pegado al arcén de la calzada, plantada como si el mundo no existiera, pude distinguir su enjuta y lánguida  figura.

Se trataba de una mujer de mediana edad, tal vez de unos cincuenta y cinco años ... no me atreví a examinar su rostro en profundidad. Me llamaron la atención los extraños guantes que exhibía, y la elegante y afectuosa manera de cuidar de esas aves hambrientas. Ella sonreía levemente, con gesto de vacío y derrota, mientras una paloma se apresuraba hasta mis pies, lanzándome un arrullo de sonora bienvenida.

Huí el rostro a su melancólica mirada y seguí mi camino. Me dio vergüenza perturbar su calma y allí la dejé con su encomiable labor, rodeada y admirada por aquellos pájaros en derredor de las grises, gélidas e inquisitivas fachadas que flanqueaban ese lugar, a mis ojos, cada vez más enigmático.

El manto lumínico de tonos ámbar y carmesí del atardecer comenzaba a cubrir toda la travesía, trazada en cuesta. Me costaba mantener los ojos abiertos ante la intensidad de las luces del ocaso, que luchaban desesperadamente por no acabar desapareciendo en la noche impaciente. Con mi mano izquierda intentaba protegerme, tapándome como podía para que mis ojos no siguieran sufriendo la tortura de esa belleza cegadora.

Mirando al suelo, fue entonces cuando me fijé en la increíble hojarasca crepitante que tapizaba la acera a mi paso, metamorfoseándose, gracias al baño de luces que me deslumbraban, en una espectacular alfombra escarlata.

Al cabo de unos veinte minutos, y sintiéndome como la estrella protagonista de una película extranjera, obnubilada por los focos y recibida en tan hermosa alfombra, llegué a mi destino final: el número 11 de la avenida del Comandante Franco, esquina con Alfonso VIII.

La enorme placa numérica, que presidía la impresionante y pesada puerta metálica que constituía la entrada principal de la residencia, no dejaba lugar a la duda.

Nada parecía haber cambiado, salvo quizá la pintura que recubría las paredes de la fachada, y que recordaba con matices ocres y no en esos grises tan apagados y oscuros.

Durante cinco segundos la miré de arriba abajo sin pestañear. Acto seguido me decidí por llamar al telefonillo, que se encontraba ubicado justamente en la pared del lado izquierdo. Lo cierto es que nunca he podido comprender el porqué de ese empeño en que aquel estrafalario y desorbitado mamotreto, robara gran parte del espacio del muro para tan solo cuatro insignificantes botones. Me fue imposible fallar.


-Buenas tardes. ¿Quién llama?- vociferó una voz grave y contundente que reconocí al instante.

-¡Hola! Soy yo, papá.

-¿¡Cecé!?

-Sí, estaba por la zona y me ha dado por hacerte una visita así de improviso ja,ja,ja ...
Ya me conoces... Ábreme y ahora te cuento...


Mi padre algo sorprendido me abrió en un santiamén -vía corriente eléctrica- la voluminosa y blindada puerta exterior. Una vez dentro de la vivienda, la cerré rápidamente. Y a unos pocos pasos, como recordaba, me aguardaba una puerta de barrotes de hierro, una especie de verja por la que se dejaba entrever el empedrado de un pequeño patio interior. Avancé recorriéndolo lentamente y todavía podía sentir la añeja y taciturna solemnidad, por la que siempre se había caracterizado.

Sin perder más tiempo, no tardé en dirigir mi mirada ansiosa hacia la izquierda, donde un telón de cañas de bambú imponía su presencia en el filo del plomizo empedrado, con una colorida frescura que contrastaba al romper con la armonía monótona y sombría, que inundaba aquella lúgubre atmósfera.

Era como una especie de cortina traslúcida de naturaleza que separaba dos mundos. La línea divisoria entre las luces y las sombras, que daba paso a uno de los mayores tesoros de mi infancia.

Diez años habían transcurrido ya desde la última vez que lo vi. Allí estaba de nuevo, y el telón se abría ante mis ojos para ofrecerme la belleza de aquel oasis oculto entre los muros de frío hormigón.

Quise quedarme durante un largo rato contemplando toda la hermosura que me brindaba ese precioso jardín, cuya magia conseguía trasladar mi imaginación a increíbles lugares y a otro tiempo de siglos atrás.

El mejor recibimiento que podía tener. El verde del césped en su punto perfecto. Fresco y sedoso. La transparencia de la brisa y el agua, fundiéndose en una espléndida fuente de pequeñas dimensiones, construida en piedra de caliza. Quizá una imitación de alguna fuente del siglo XVIII. De esas que constaban de un pilón circular sobre el que se asentaba una columna labrada, y en la que aparecían esculpidos diferentes motivos alusivos al escudo heráldico de Madrid. Que lo fuera, nunca me importó.

Y todos los colores. Un sublime collage de diferentes naturalezas vivas. Un juego de flores de colores perfectamente entrelazadas y regadas con el agua de la felicidad, que repintaba casi un cuadro impresionista del mismísimo Claude Monet, dando vida a una especie de reinventado jardín de Giverny. 

Una auténtica obra de arte -os lo aseguro- cuyo artífice, el artista, no era otro que mi padre: don Valentín Llorente Montero, el portero que aún hoy custodia el viejo edificio. 

Más conocido como el Panilla por toda la zona de Chamartín, todavía los más longevos le recuerdan por su pasado como el panadero de un pequeño negocio familiar que le robó media vida, y del que ahora solo quedaba ese cariñoso apodo tan especial. 

En su interior, al abrigo de aquel guardián, otra vez con los pies descalzos y sin reloj escondida en su paraíso particular, jugando con la imaginación y el tiempo, la niña emocionada volvió a verlo. 

-¡Eres tú, has vuelto! Sabía que lo harías. Te estábamos esperando. 


Continuará ...


PD: Primer capítulo de Las historias del Panilla. Dedicado a mi padre, uno de los mejores porteros de Chamartín y el mejor jardinero, sin duda. 





















lunes, 8 de julio de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 


¿Cómo conseguirlo? ¿Cómo lo hago? ¿Cómo lograr que no me importe?

Cuando ya han pasado más de mil y una noches. Cuando ya son más de ocho años y sigue importándome. 

¿Por qué? ¿Para qué? Sí, sí ... lo sé. Irrumpe de nuevo la tormenta perturbadora de las eternas preguntas. Tranquilos, no os preocupéis. Es solamente que -como ya enunciara uno de mis sabios preferidos- cuando creemos tener todas las respuestas, va el universo caprichoso  y nos cambia las preguntas de tiempo, de lugar … Las palabras … los significados …

Queridos tuppernautas, lo único que tengo claro es que no soy perfecta. Nunca he conversado con la perfección. No la conozco. ¿Existe? Tal vez, quién sabe … Yo solo soy un ser humano más con sus fortalezas, sus debilidades, con sus miedos y sus sueños.  Nada más y nada menos: un ser humano.

Lamentablemente hoy las preguntas han regresado. Si ya no soy feliz por qué sigo haciéndolo, para qué lo hago. 

A veces, hay tardes en las que me cuesta reconocerme. Al rato, me miro al espejo en las noches y no me reconozco. Tal vez me ciega el reflejo del nerviosismo, el estrés, el enfado, el agotamiento, la frustración … qué sé yo. La tristeza se hace mayor.

Y me veo pequeña, muy pequeña. Tanto como la negra hormiguita, la que intentaba esquivar las pisadas malintencionadas, vengativas y dañinas de los malvados príncipes de rostros preciosos y almas turbias. En aquel cuento que nunca encontró su final, atrapada en el bucle infinito de la desesperación. 

Mis queridos tuppernautas, estoy cansada. Hoy estoy muy cansada. Mucho. El cuerpo me pesa como un ancla de quinientas toneladas, que se clava como Excalibur en la roca más sólida de la tierra y del mar. Mi alma ya no puede seguir arrastrándose más, cuando ya casi ni recuerda el sonido de sus risas. Demasiadas injusticias lo llenan. Demasiados silencios la atan. Hoy la burbuja ha explotado. 

¿Acaso ayer mi vida era una batalla? Pues la he perdido. Hoy me rindo. Bandera blanca. Mi rendición en su bandeja de plata. No quiero llorar más. Ya no puedo. Me lo debo a mí misma. Las lágrimas se han secado. 

Queridos tuppernautas, permitidme hoy estar triste. Lo estoy. He perdido. Es absurdo seguir recorriendo este ilógico camino. ¿Qué sentido tiene cuando te das cuenta de que realmente es el camino equivocado? ¿De qué sirve entonces correr?

Y tal vez sea ahora la hora de tomar una decisión. Tal vez sea el momento de hacerlo. O tal vez sea … Tal vez sea que simplemente necesite un momento de paz. Permitidme este momento de debilidad. 

Todos y cada uno de nosotros tenemos el derecho a estar triste. No es algo malo. A veces es inevitable y a veces tan necesario como indeseado. Tenemos ese derecho pero también el deber de levantarnos y seguir hacia delante, cambiando el rumbo si es necesario, izando las velas y siempre ojo avizor en busca de esas sonrisas miedosas y escondidas. 

Cuando se lleva tanto tiempo siendo fuerte en extrañas guerras sin final, es comprensible sentirse vencido por el cansancio y el abatimiento. Que no os dé vergüenza nunca llorar como un niño. Llorad hasta desahogaros del todo. Hasta que las lágrimas se hayan secado. Que no os dé vergüenza jamás. Hoy los valientes también lloran. Hoy los valientes también tienen miedo. 

Mis queridos tuppernautas, dijo aquel talentoso novelista ruso: “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace”. Y hoy yo no sé si quiero lo que hago ni lo que quiero hacer; realmente no lo sé. Pero sí sé lo que no quiero. No quiero mirarme de nuevo en el espejo y no reconocerme. 

Afortunadamente siempre habrá un mañana para volver a empezar. Y mañana, queridos tuppernautas, será otro día. Otra hoja en blanco en la que escribir una nueva historia. El comienzo de un cuento que encuentre su anhelado final feliz. La “princesa prometida” de mi propio cuento, por qué no. En ocasiones, se nos olvida que debemos ser los auténticos protagonistas de nuestra propia vida, de nuestro cuento. 

En estos momentos de gran incertidumbre es cuando más sueño y deseo encontrar a mi “ángel de la guarda”. Mi guía y mi escudo protector. Cuánto necesito su consejo y el calor de sus alas. Cual Fuyu en mi historia interminable me mostraría el cómo hacerlo, surcando los cielos. Cual tortuga Casiopea me marcaría el cuándo y rescataríamos todo el tiempo perdido y robado. 

A lo mejor solo soy una estúpida idealista que todavía sigue creyendo en los cuentos de hadas y en que los sueños se pueden hacer realidad. 

Mis queridos tuppernautas, esta estúpida e ingenua idealista no sabe ni cómo ni cuándo será, pues la página rota aún no está arrancada. Hoy estoy cansada. Es cierto. Pero mañana, mis queridos valientes, mañana será otro día.


PD: “Resistirse al cambio es ir en contra del fluir natural de la vida”, Lev Tolstói. 






lunes, 15 de abril de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 


He de reconocer que, llegado el momento, yo no sé si tendría el valor suficiente para hacerlo. Es una decisión bastante complicada por todo lo que conlleva: dejar tu casa, tu ciudad, tu país. Y, con ello: separarte de tu pareja, de tus amigos, de tu familia. Es una decisión tan decisiva como arriesgada. Pero ya se sabe... Quien no arriesga, no gana.

Creo que sois unos valientes. Admiro vuestro arrojo, vuestro valor. Ojalá, queridos tuppernautas, yo lo tuviera.

Esta es la historia de millones de personas. Es la triste pero apasionante historia de una despedida obligada:

Pasan los días, pero impasible parece que el tiempo no se moviera. Y pasan las horas, pero el reloj se detuvo aquel día. Los minutos y los segundos ya no se pelean por llamar la atención... Ya no.

Irrumpe el momento en que ya nada puede importar más. Solo quieren encontrarlo. No pueden pensar en otra cosa. Intentan nadar sin las coordenadas exactas, hasta que se van hundiendo y la sensación de ahogo permanente es superior.

Lo buscan por todas partes. No lo ven por ningún lado. Los puntos cardinales desaparecen en un círculo infinito. Lo buscan desesperadamente. Se esfuerzan hasta decir basta... Y así, día tras día.

-¡Al fin! ¡Ahí está! ¿Es o no es?- exclaman y se preguntan algunos pocos ilusos.

Es solo una ilusión. La ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz cuando atraviesa capas de aire de densidad distinta. Los objetos lejanos les dan una imagen invertida, como si se reflejaran sobre el agua, tal y como ocurre en las llanuras de los desiertos más inhóspitos y desiertos. En fin. una maldita ilusión, esa apariencia engañosa de algo que desean y no pueden tener.

Luego, no tardan en llegar. Toman asiento la desilusión y la desesperanza. Les miran desafiantes.  Y las dudas empiezan a sobresalir. La búsqueda continua, sin embargo, ahora solo lo buscan por inercia. Ni chalecos salvavidas ni flotadores. Nada de nada. Aire y agua. Día tras día, nada cambia salvo la desesperación que ya no cabe; ni adentro ni afuera.

-¡Hasta aquí! ¡Ya no puedo más! Ha llegado el momento de tomar una decisión - empiezan a gritar con firmeza aquellos ilusos desilusionados.

La decisión más importante que les devolverá los días, las horas, los minutos y segundos perdidos. La decisión que les restituirá el tiempo y las ganas renovadas de seguir intentándolo. El tiempo y la vida les hacen las maletas. El viaje comienza. La tierra les espera.


Queridos tuppernautas, aquellos ilusos son los valientes de hoy. Aquellos valientes que se han visto obligados a despedirse de sus seres queridos, abandonado su hogar. Estoy convencida de que su sacrificio y esfuerzo les otorgarán una merecida recompensa.

Mis queridos valientes, disfrutad de cada momento, de cada instante... Cada detalle, por muy pequeño que sea, puede transformarse en algo tan grande como especial e inolvidable. Nunca dejéis de creer en vuestros sueños, por muy duro que sea el camino.

Esta es la historia de millones de personas. Es la apasionante historia de una despedida obligada:

" ...


PD: "No tengas miedo a que te llamen loco; haz algo hoy que no concuerde con la lógica que aprendiste. Altera un poco ese comportamiento serio que te enseñaron a tener. Ese pequeño detalle, por insignificante que sea, puede abrir las puertas a una gran aventura". Paulo Coelho, novelista, dramaturgo y letrista brasileño.




lunes, 8 de abril de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 



“Dar solamente aquello que te sobra nunca fue compartir sino dar limosna”. Breve, conciso y tajante. Así reza el dicho popular sabiamente. Y es que resulta demasiado fácil dar cuando nunca te ha faltado y aún no te falta de nada y cuando siempre lo has tenido y aún tienes de todo. Demasiado fácil.

Con esto, no quiero decir que me parezca reprobable el hecho de dar cuando nadas en la abundancia material absoluta. Nada más lejos de mi intención. Simplemente considero que no tiene valor, a pesar de la aparente buena intención. Y digo “aparente buena intención” porque más allá del interés mostrado de estas personas por ayudar, siempre se oculta el interés no mostrado de las mismas por quedar “bien” ante la sociedad, ante los demás, por buscar la buena imagen, la buena fama, la conducta intachable, sintiéndose de esta manera más “valiosas” y mejor consigo mismas. Es decir, realmente existe un interés no explícito, a través de actos en apariencia desinteresados. Resulta, por tanto, demasiado fácil- insisto.

¿Hipocresía? No exactamente, quizá se acerca más a los términos de “utilidad" o "usabilidad”. Me explico enseguida, tuppernautas. Según mi humilde visión, me parece que estos privilegiados materiales se sirven de sus riquezas, las  utilizan y las usan en contadas ocasiones para generarse a sí mismos con ello varios beneficios premeditados, suponiendo -claro está- el mejor  y más “puro” de los casos, puesto que a veces todo se entremezcla con el deseo, además, de ver incrementadas sus cuentas bancarias.  Así pues, estos beneficios podrían ser: el personal, por el hecho de llegar a sentirse así más “valiosos”; y el social, de cara a la galería, es decir, el que obtienen por el hecho de lograr el reconocimiento y aprecio de los demás, ganando la competición que les otorga la medalla de la aparente limpia y pura generosidad.

Sin duda, una competición que ya -de antemano- tenían ganada. Una carrera sin esfuerzo alguno, sin ningún tipo de sacrificio. Una carrera en el mejor y más lujoso de los bólidos del mercado. Es tan desmesuradamente fácil para ellos, que llega a ofender.

Queridos tuppernautas, no es mi intención cuestionar sus actos y juzgarlos y juzgarles. Para nada, quién soy yo para hacerlo… Además, agradecida siempre me hallaré si todo el mundo implicado pudiera salir de alguna manera compensado -aunque siempre, es inevitable, unos saldrán más que otros, pero en fin…-. Simplemente me limito a observar las cosas tal y como creo que son y luego las comparo.

Así de simple: observo y comparo. Nunca juzgo, es muy importante no olvidar este detalle.

Comparo cuando me doy cuenta de que existe otro tipo de personas. Para mí una raza superior, a punto de su irremediable extinción. Y puedo deciros -muy orgullosa- que yo he tenido y tengo el enorme privilegio de conocer a más de una. Las admiro. Y las valoro inmensamente. Me alimentan y me dan la energía necesaria para seguir creyendo en las auténticas buenas intenciones, en esas pocas que se visten de limpia generosidad.

Queridos tuppernautas, estoy hablando de aquellas personas que te dan más que palabras vacías. Te dan hechos auténticos. Te dan sin tener. Comparten lo poco que tienen, a veces sin que nos demos cuenta de ello, con cada detalle. Son extraordinarias, porque resulta tremendamente difícil dar cuando no has tenido y aún no tienes de nada y cuando te ha faltado y aún te falta de todo. Tremendamente difícil.

Me llena de felicidad cuando descubro esos detalles tan generosos y altruistas. Tan desinteresados. Cuando, inesperadamente, aparece encima de mi mesa esa generosidad de la que os hablo con forma de Brújulas que buscan sonrisas perdidas. Con forma de ese libro tan deseado que no podía comprar aquella tarde gris, y que aparece así de repente un día encima de mi mesa. Sin palabras vacías, sin explicaciones. Aparece sin más y, con lo que significa, resurgen también cada una de mis sonrisas. Y soy consciente de lo tremendamente difícil que puede llegar a ser -insisto.

Me llena de felicidad cuando me doy cuenta de que me rodean personas que me quieren, sin pedirme nada a cambio. Se preocupan por mí, por mi bienestar, por mi felicidad. Me lo demuestran cuando se toman la molestia de descubrir esos pequeños detalles que me hacen feliz, y los transforman en realidades. Sin palabras vacías y sin explicaciones. No hacen falta.

Queridos tuppernautas, dar cuando no se tiene de nada y te falta de todo supone un esfuerzo sobrehumano en todos los sentidos posibles, y puede llegar a ser el mayor de los sacrificios. Esto por lo menos vale un mundo entero. Vale tanto, que no lo podría contabilizar con palabras o con números. Sencilla y humildemente vale.


PD: “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”. Eduardo Galeano.




lunes, 1 de abril de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 



Ese día estaba algo disgustada. Bueno… realmente muy enfadada, no os puedo engañar. Así que, decidí desaparecer durante un tiempo.

Detesto sentirme así. Me consume. Pero hay momentos en los que el enfado se apodera de tu mente por completo -y de tu cuerpo entero-  y no lo puedes manejar. Yo no puedo hacerlo, tuppernautas. Se me nota enseguida en la mirada, no lo puedo esconder. Cuando algo me ha molestado, cuando algo me ha ofendido … reacciono al instante y me enfado. Se me nota en la cara y lo proyecto como una bala, sin ningún tipo de distinción.

Entonces me doy cuenta de que puedo hacer daño a los que me rodean, sin querer hacérselo. Por ello, intento escapar y me escondo hasta que consigo que el enfado se vaya de mí, en una dura batalla conmigo misma que me deja sin energía. 


Afortunadamente, el enfado se va, abandona su lucha sin sentido y gano la batalla. Sin embargo, después de cada lucha hay que recuperarse y, sanando las magulladuras, llega la tristeza. 

Ésta, juez firme y exigente, te muestra las circunstancias tal y como son, tu malestar -el que detestas- y los errores cometidos. Sin poder remediarlo, me impone su castigo, pero al final, comprensiva, me ofrece una llave y se despide de mí asegurándose de que he aprendido la lección. 

Finalmente, junto al mejor aliado que puedo tener, mi amigo el tiempo, y mi llave de la sabiduría, consigo que se abra en mi mente y en mi corazón la puerta de la anhelada aceptación.

Siempre es así. Al cabo de varios días, una vez curada, yo decidí volver de nuevo. De esta manera, así fue como regresó la calma y, con ella, el bienestar, la normalidad y la cordura.

Queridos tuppernautas, debo decir que me he encontrado con ciertas personas que pueden -aparentemente- dominar su ira, y su enfado. Es cierto. Lo ocultan y lo disimulan, pero el enfado está ahí. Se aloja en ellas, y nunca sabes cuándo se irá. Estas personas me asustan -y mucho- porque no son transparentes. No sé lo que están sintiendo realmente. Silencian su enfado, aparentando que todo está bien. El verdadero problema es que no lo está y que, cual semilla que germina, el enfado venenoso va creciendo en su interior.

Sin ser conscientes de ello, estas personas acaban enfermando. Ellas mismas se van intoxicando de su propio enfado, de ese veneno cada día. Su actitud cambia, pues comienzan una batalla contra el mundo y los demás -y lo que es aún más grave-  la emprenden por la espalda, de una manera soterrada y oscura. Dejan de pensar con claridad y lógica. Están confundidas. Llegan a convertirse en unas auténticas marionetas manejadas por la cruel mano de la ira. Ésta se convierte en su guía, en esa mano que les da la fuerza y la vida, en esa especie de absurda “guerra fría”.

Queridos tuppernatuas, quiero creer que quizá, a solas frente al espejo, tal vez puedan desnudarse durante unos segundos. Puedan dialogar consigo mismas, cuestionándose su realidad y su manera de actuar. Me gustaría creer que quizá, transformadas en el “Dr. Jekyll” y “Mr. Hyde” alguna vez, tal vez , quién sabe… logren descubrir la auténtica verdad, diferenciando lo que está bien de lo que está mal y que, de una vez por todas, al fin comiencen a desenmascarar a ese impostor y mentiroso, acabando -yendo aun más lejos de la propia conciencia- con la, hoy tan frecuente, insoportable hipocresía social.


PD: El antídoto de la aceptación contra el veneno de la enfermedad del enfado crónico se halla en uno mismo. Es invisible a los ojos, pero no a la mirada. Solo aprendiendo a mirar, limpiaremos el cristalino que nos descubrirá y mostrará el auténtico camino. Solo tú puedes decidir cuándo y cómo quieres aprender a mirar. Tú decides cuándo y cómo hacerlo.

lunes, 18 de marzo de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 



¿Os acordáis de esta tierna cancioncilla? Dice así:

"Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés".

Se llama El lobito bueno y pertenece al escritor José Agustín Goytisolo. ¿La recordáis? Espero que sí, tuppernautas. Seguro que la habéis escuchado alguna vez -si sois de mi generación- cuando erais pequeñitos. 

Durante mi niñez, me encantaba escucharla y cantarla cada día. Para mí ha sido y es una de las canciones más dulces y tiernas de mi infancia. Es increíble cómo habiendo pasado tantos años, todavía me sigue conmoviendo como lo hacía en aquel entonces. Y qué bonita sonaba su melodía cuando la tocaba con mi flauta. Mi flauta. Ella se convirtió en mi fiel compañera. Mi instrumento favorito. Mi amiga inseparable. Dulce y tierna. Qué buenos momentos pasaba cuando la tocaba en el patio del portal de mi casa -la de mis padres, claro-. Su magia me acompañaba a todas partes. Un puñado de recuerdos imborrables, sin duda.

A veces, me encantaría poder volver físicamente a ese tiempo, a ese lugar, a esos momentos. Era feliz o - al menos- creía serlo. 

Esta canción me hace volver a ser una niña y esto es algo que me llena de ilusión. La recuerdo y su melodía me traslada a esa época. Entonces, vuelvo a aquel patio con mi flauta. Empiezo a volar y el vuelo me aleja de la realidad y así, sin darme cuenta, con las primeras notas flotando, vuelve la magia.

Muchas personas que me conocen me suelen decir en confianza que soy "demasiado niña" para la edad que tengo. Puede ser que sea la imagen que proyecto. La verdad es que no me desagrada en absoluto que lo piensen y me lo digan. Me encanta descubrir que todavía no he perdido ese "yo infantil", que no se ha ido esa niña, la que me gustaría llevar siempre dentro de mi corazón.

Mis amigos me aconsejan que espabile de una vez. Que deje de ser tan tonta y tan crédula. Tan inocente y tan ingenua. Que, hoy en día, no se puede ir por la vida viviendo en "los mundos de Yupi". Que deje de confiar en los demás. Que me baje de la nube ya y que deje de soñar tanto en tonterías que no me llevan a ningún sitio. Puede que tengan razón, quién sabe...

Y claro que lo he intentado, tuppernautas. No me ha quedado más remedio que hacerlo debido a las innumerables caídas y golpes, Nos ha pasado a todos, ¿o no? Y es que cuando sangra la herida de la decepción, intentas curarte lo antes posible, así que te desinfectas lo mejor que puedes y te pones una tirita hasta que, con el tiempo, cicatriza.

Lo hace, es su naturaleza. Aparentemente la herida desaparece, pero en realidad la marca siempre te acompaña. Y por supuesto, que he intentado seguir sus consejos, he intentado no confiar demasiado y he dudado de las buenas intenciones... Lo he intentado millones de veces, lo he hecho y lo sigo intentando... pero me sale mal. ¿Por qué? Porque luego me arrepiento. Me arrepiento porque siento en mi corazón que me estoy equivocando, que ese no es el verdadero camino que debo seguir. No me gustaría transformarme en una completa desconfiada para acabar viviendo, inevitablemente, en el agujero negro de la desconfianza perpetua.

Me arrepiento de haber caído en ocasiones en ese agujero, de haberme alejado de experiencias, de cosas y de personas por culpa de mis miedos y del temor al dolor que pudieran provocarme las caídas y las heridas.

Queridos tuppernautas, todos conocemos muy bien esa sensación. Todos sabemos qué es el miedo porque lo hemos experimentado desde el mismo día en que vinimos a este mundo. Existen múltiples modelos y de todos los colores: miedo a la soledad, a la decepción, al rechazo, al ridículo, al amor, al fracaso, a la vida, a la muerte, a la enfermedad, al compromiso, al cambio... Muchísimos miedos que nos hacen compañía sin pedir permiso, a lo largo de toda nuestra existencia.

Estos son nuestros auténticos frenos, los cuales se disfrazan de escudos protectores según la ocasión. Empezamos a creer en ellos. Creemos sus palabras. Nos ciegan y dejamos de arriesgar y -lo que es aún más imperdonable- dejamos de soñar. Nos paran en el camino para abrigarnos y protegernos del frío y de la lluvia. Quieren protegernos del dolor de las nuevas decepciones y frustraciones, de las lágrimas. Y así, al calorcito de su protección y comodidad, nos convertimos sin ser conscientes de ello en prisioneros de la inseguridad, la desconfianza y la cobardía. Prisioneros dentro una manejable celda a la que nos acostumbramos y de la que no queremos escapar.

Me arrepiento, entonces, cuando no me he dado la oportunidad de seguir andando. Cuando no he querido escapar. Cuando no he confiado ni en mí misma ni en los demás. Cuando no he tenido el coraje suficiente para avanzar. Me arrepiento... Siempre me ha hecho sentir vacía ese freno, ese escudo de aparente "bienestar".

Queridos tuppernautas, y me arrepiento -os vuelvo a repetir- porque siento en mi corazón que me estoy equivocando, que esa no es la verdadera dirección que debo seguir. Porque no me gusta transformarme en una completa desconfiada para acabar viviendo, inevitablemente, en el agujero negro de la desconfianza perpetua.

Lo cierto es que con los años me he ido dando cuenta -gracias a esos grandiosos sabios llamados experiencia y miedo-, de que lamentablemente ser así -"demasiado niña"- en la treintena duele. Duele pero quiero creer y creo en la esperanza de que puede acabar compensando.

Es doloroso -por ejemplo- descubrir y comprobar que a veces nada es lo que parece ser. Y que todo finge ser lo que no es. Todo aparenta ser y nada parece lo que no es. ¡Qué galimatías! El mundo al revés... ¿confiamos? Qué le vamos a hacer... Creo en la esperanza.

Me acuerdo otra vez de mi dulce cancioncilla: "Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos...". La cándida niña de diez años la cantaba y la tocaba con su flauta en aquel patio. Cuánta inocencia. Solo unas cuantas frases, encerrando tanto significado, tanta sabiduría de vida... y ella sin saberlo todavía. Ella era feliz con su amiga y con esa mágica melodía. Lo recuerdo como si no hubiera pasado el tiempo. No quiero perderla. No quiero perder esa felicidad, esa magia.

Por eso la protejo, no la expulso. Mis maestros la experiencia y el miedo me han enseñado el significado de sus palabras, abriéndome la puerta para escapar cuando quiera y seguir confiando en mí y en los demás. ¿Por qué? Porque creo en la esperanza de que puede acabar compensando.

Queridos tuppernautas, hoy sé que no quiero perder la mirada de esa niña de diez años, aunque a veces duela. Por ello, me atrevo a apostar por volver a ser esa niña de nuevo. Esta vez una niña mejorada, reinventada en el tiempo con el regalo más grande jamás concedido: la sabiduría.





PD: "No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo". Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592). Escritor y filósofo francés.




lunes, 11 de marzo de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 


Nueve años han pasado ya desde aquel fatídico día. Nueve años ya, pero siempre en mi memoria.

Aquellas diez explosiones casi simultáneas en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid, a la hora punta de la mañana. Aquella mañana maltrecha y ejecutada. Siempre en mi memoria.

El segundo mayor atentado cometido en Europa hasta la fecha, llevado a cabo por terroristas yihadistas en un supuesto ajuste de "viejas cuentas" con España, a la que se la ha acusado de cómplice en una "cruzada contra el Islam". Nueve años ya.

Cuánta inconsciencia, cuánto rencor, cuánta sangre vertida ... Y cuántos inocentes que no curan. 191 personas muertas y 1.858 heridas. Siempre en mi memoria.

Malditos extremos. Maldita conciencia errónea. Maldita locura que sangra, que hiere... Maldita locura que no cura. Esa maldita, la que con ignorancia juzga lo verdadero por falso o lo falso por verdadero, teniendo lo bueno por malo o lo malo por bueno. Esa maldita, la que ciega con ignorancia y juzga, la que manda. Esa maldita, la que impone su propia conciencia, la que ejecuta de un modo ilícito, la que no sufre por los que sufren. Esa maldita... Nueve años ya y siempre en mi memoria.

Caminando por la acera, aún puedo ver las miradas confusas de la gente al pasar. 
Aquella acera temblando... Aún puedo sentir ese escalofrío, el terror de la gente al pasar. 

¿Por qué tuvo que ocurrir? Las explicaciones, las excusas, las acusaciones, las responsabilidades...¿¡Culpables!?
¿Por qué ocurrió? Intereses encontrados, orgullos heridos, odio, ceguera, inconsciencia...¡¿Culpables?!

Cuánta inconsciencia, cuánto rencor, cuánta sangre vertida ... Y cuántos inocentes que aún hoy no curan. Malditos extremos. Maldita conciencia errónea. Maldita locura que sangra, que hiere... Maldita locura que no cura. 

Las preguntas que se hicieron vuelven. Cierro los ojos y lo recuerdo. El tiempo se congela y puedo verlos. Los veo ahí en el suelo tirados y escucho de nuevo. Otra vez intensa escucho como ayer esa melodía recurrente que no deja de sonar. Y las voces deseadas que ya no llegarán al otro lado jamás. 

Las respuestas instantáneas no se pueden olvidar y permanecen: la división, el sufrimiento, cada lágrima que se derramó... Pero al mismo tiempo las respuestas que vivimos espontáneas y de corazón permanecen y permanecerán para siempre: la unión, la solidaridad y el deseo de ayudar de una manera tan sincera y desinteresada.  

Queridos tuppernautas, hoy es lunes, 11 de marzo. Hoy vuelvo a sentir el dolor de aquel jueves eterno teñido de rojo, miedo y confusión.

Nueve años han pasado ya desde aquel fatídico día. Nueve años ya, pero siempre en mi memoria.



PD: "El terrorismo nace del odio, se basa en el desprecio de la vida del hombre y es un auténtico crimen contra la humanidad". Juan Pablo II (1920-2005), Papa de la Iglesia Católica.



lunes, 4 de marzo de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 



Se llama Poesía. Recurro a mis viejos libros y, sobre ella, me susurran algunas palabras. Me cuentan que ellos la conocen muy bien. Que a veces es tímida y que esconde mucho más de lo que muestra. Dicen que es la pura y auténtica m
anifestación de la Belleza, del sentimiento estético por medio de las palabras. Se callan un momento y, sonriéndome, al cabo matizan: "¡No te confundas! Es verso pero también es prosa".

Desde el primer instante, encerrada en aquel trastero en mi soledad más profunda. Desde el primer instante, revolviendo entre mis trastos viejos y olvidados. Desde el primer instante en que la encontré, no la pude olvidar ni un segundo.

Y es que desde el primer instante, en el minuto cero cuando supe de ella, cuando empecé a conocerla... Desde el primer instante como aquel flechado, aquel que te marca para siempre sin saberlo. Desde ese preciso primer instante la admiré, la quise y la adoré. Y no sé si la llegué a entender alguna vez, si ahora la entiendo o si la entenderé. Jamás podré explicarlo con palabras, pues el caso es que sin poder evitarlo me enamoré.

¡Qué inocencia! ¡Qué credulidad! Esa libertad entre versos... Cómo me gustaba soñar.

Aún ahora, el poeta ausente se pregunta: "¿Qué es Poesía?"
Cerrando ese libro, me digo a mí misma: "¿Pero tú lo preguntas?"
Poesía eres y Poesía serás.

Sin estructuras, sin normas, sin ecuaciones lógicas. Sin lastres.
Me dice sueña, sé libre.
Y me cuenta crea. Piensa en algo. Empieza a mirar de una manera diferente, desde todas las perspectivas posibles. Dale intensidad, el énfasis, tu pasión... La energía necesaria que necesita y necesitas.

Sin estructuras, sin normas, sin ecuaciones lógicas. Sin lastres. Rómpelos. Destruye los esquemas.
Me dice descubre, sé atrevida.
Y me cuenta cree. Piensa en ti. Comienza a buscar tu propia voz interior, no tardes más en hacerlo, no te resignes y escapa. Dale intensidad, el énfasis, tu pasión... La energía necesaria que necesita y necesitas.

¡Qué inocencia! ¡Qué credulidad! Esa libertad entre versos... Cómo me gusta soñar.

Aún ahora, el capitán me enseña en su fábrica de sueños. Mi capitán. El que me pregunta: "¿Cuál será tu verso? ¿Cuál será? ¿Cuál verso dará el sentido al sinsentido?"

Se llama Poesía. A veces es tímida y siempre esconde mucho más de lo que muestra. A veces ama, odia, se enfada, se vuelve loca, se vuelve cuerda, se ríe, llora, canta, baila, salta, vuela... Anhela y siempre sueña.  Vive en la Belleza. Y ama la Libertad.

Aún ahora, el poeta ausente nos aconseja: "Coged las rosas mientras podáis. Veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta".

Carpe Diem, ¡oh capitán! El adagio latino que me dice no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, -e insiste-,  vive cada momento de tu vida como si fuese el último.

Queridos tuppernautas, esa exhortación a no dejar pasar el tiempo que se nos ha brindado y a disfrutar los placeres de la vida dejando a un lado el futuro, que es incierto. Ese adagio latino que nos insiste gritando: "¡Dejad a un lado el futuro, que es incierto!"

Seguidlo, tuppernautas, seguid al capitán. Mi capitán. El que me pregunta: "¿Cuál será tu verso? ¿Cuál será? ¿Cuál verso dará el sentido al sinsentido?" Haced que vuestras vidas sean extraordinarias. Haced que vuestras vidas sean Poesía.

Yo lo intento, queridos tuppernautas. No sé si lo he conseguido alguna vez, si ahora lo consigo o si lo conseguiré. Desde el primer instante, encerrada en aquel trastero en mi soledad más profunda. Desde el primer instante, revolviendo entre mis trastos viejos y olvidados. Desde el primer instante en que la encontré, no la he podido olvidar ni un segundo.



PD: "No leemos Poesía solamente porque sea bonita, bella... sino que leemos y escribimos Poesía porque pertenecemos a la raza humana, y ésta está llena de pasión. La Poesía, la belleza, el romanticismo, el amor... son las cosas que nos mantienen vivos". (John keating, "El Club de los Poetas Muertos"). 






lunes, 25 de febrero de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 



Hace algún tiempo, mientras apuraba las últimas horas del día viendo relajadamente la televisión tumbada en mi sofá, por el rabillo del ojo que todavía luchaba por permanecer abierto, pude presenciar una secuencia entrañable.

En un halo de neblina espeso y surrealista producido por mi enorme cansancio y mis ganas de que se acabara ese día, dos siluetas se dejaban diferenciar. Reproduciéndose lentamente y no de una manera muy clara en mi mente -problemas de astigmáticos sin lentillas que neutralizasen mi defecto visual en ese momento- , ambas fueron llamando poderosamente mi atención casi dormida con una sucesión de largos planos, en un emotivo y logrado plano-contraplano.

En un abrir y cerrar de ojos, queridos tuppernautas, irrumpían sus imágenes atrapadas y espiadas desde el otro lado de la pantalla. De repente, la máquina del tiempo me trasladó al pasado, así como por arte de magia.

Un niño, una joven mujer y -entre ambos- un enorme puente de cincuenta años. ¡Cincuenta! Sí, toda una vida. Medio siglo de separación sin saber uno del otro. Al fin después de tanto tiempo, tirado en el suelo, debajo del sofá, se dejaría ver un ajado pañuelo mojado de recuerdos olvidados imposibles de secar.

Esa noche -como por arte de magia- pasado y presente se sentaron en el sofá y, abrazándose, exhalaban un profundo sentimiento de agradecimiento.

En el blanco y negro del flashback, intuía las luces y las sombras de sus vidas en aquellos años bárbaros. Poco a poco la analepsis que fue alterando la secuencia cronológica de su historia, me trasladó en un instante la acción presente al pasado. Mi imaginación, en aquel escenario, no pudo evitar recrear de nuevo esas miradas que no hablaron. Sus miradas guardando las palabras mágicas de la admiración y el agradecimiento.

Así fue, queridos tuppernautas. Como por arte de magia, gracias a su historia -un mensaje en una extraña botella lanzada a la orilla de mi sofá- empecé a recordar.

Pasado y presente volvieron de la mano. El niño -un alumno más- y el hombre mayor, con orgullo, se atrevieron a hablar. Al fin esas palabras mágicas de la admiración y el agradecimiento. La joven mujer -su maestra- y la adorable ancianita, con emoción, no podían reprimir las infinitas lágrimas de alegría y satisfacción.

Ese niño que luchaba en un llanto contenido y el hombre mayor con voz temblorosa, alto y claro acabaron por gritar: "Gracias. Millones de gracias por todo lo que hiciste por mí cuando tan solo tenía diez años. Gracias por estar ahí cuando nadie quería hacerlo. Gracias por tu comprensión, por tu cariño, por tus caricias cuando más las necesitaba, por tus abrazos, por tus enseñanzas. Gracias por cada palabra de apoyo, por ser la primera persona que creyó en mí. Gracias por tu educación y por darme las alas y el impulso necesario para aprender a volar en una vida llena de obstáculos. Gracias por tu ayuda. Gracias por ser mi ángel de la guarda y mi "Pepito Grillo" en aquellas ocasiones. Gracias por cada cuento, por cada fábula, por cada poema. Gracias por tu tiempo y tu ilusión, por tus ganas de vivir contagiosas. Gracias por aparecer en mi vida y regalarme tu presencia, tu esencia y tu recuerdo. Gracias por todo tu esfuerzo y trabajo".

Tras un breve silencio sobrecogedor, al cabo la joven mujer -su maestra- y la adorable ancianita, llorando les respondían: "Fue un auténtico placer conocerte y descubrirte. Me complace contemplar ahora al magnífico hombre en el que te has convertido. Me enorgullece saber que yo he tenido algo que ver. Lo haría mil veces, una y otra vez. Todos vosotros me dabais la ilusión. Y tú eras un chiquillo tan especial... Tu mirada ya me daba las gracias millones de veces cada día".


Y así fue, queridos tuppernautas. Como por arte de magia, gracias a su historia -un mensaje en una extraña botella lanzada a la orilla de mi sofá- empecé a recordarlo todo en un entrañable plano secuencia.


Me acordé entonces de todos aquellos maestros y maestras, profesores y profesoras, formadores, mentores, redactores jefe, entrenadores... que me han marcado a lo largo de mi vida hasta estos momentos, y de los que he tenido la gran fortuna de aprender tantísimo. De aquellos y aquellas que me dieron la mano en el colegio cuando me tropezaba. De aquellos y aquellas que empezaban a conocerme y que veían en mí cosas que yo ni siquiera podía imaginar. De aquellos y aquellas que me animaban cuando creía que no podía hacerlo. De aquellos y aquellas que fueron alimentando mi confianza y autoestima para alcanzar la meta en esa carrera a veces tan incomprendida. Y sobre todo, de aquellos y aquellas que estuvieron siempre ahí apoyándome en los malos momentos.

Fue esa noche -como por arte de magia- cuando mi pasado y mi presente se sentaron en el sofá y, abrazándose, exhalaban un profundo y eterno sentimiento de agradecimiento.

Por todo lo que me habéis dado, mil GRACIAS de todo corazón.



PD: "Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede predecir dónde acabará su influencia". Henry Brooks Adams.




lunes, 18 de febrero de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas:



"La MENTIRA es el alimento de nuestro instinto de supervivencia emocional". Esto es lo que muchos sabios -que saben lo que saben- han sentenciado con sabiduría. La mentira ... Qué tema tan increíblemente complejo, ¿verdad?

Me pongo a reflexionar, tuppernautas, y no hallo conclusiones muy claras. Estoy confundida porque, en la sociedad actual, ¿qué es VERDAD y qué es MENTIRA?

Busco en mi diccionario de palabras salvador una definición y me encuentro que una mentira es: "Algo que no es cierto y que se ha dicho con la intención de engañar". E incluso, indagando un poco más, se desvela como una "expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa". Por lo que deducimos, de esta manera, que quien engaña o confunde sin ser consciente de hacerlo no miente, sino que simplemente transmite a los demás su propia equivocación. Y entre estas dos fangosas tierras, un puñado de apelativos como embuste, mendacidad, falacia, falsedad, bola, trola, cuento, engaño, enredo, falsificación, ficción, patraña o calumnia. ¿Por qué será que existen tantos sinónimos? En fin ...

Por su parte, según mi amigo el diccionario, la verdad se define como:
  1. "Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.
  2. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.
  3. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna.
  4. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente.
  5. Realidad (existencia real de algo)".

Cuántas verdades, ¡madre mía! En fin ...

Supongo que estaréis de acuerdo conmigo, queridos tuppernautas, cuando me atrevo a decir que en estos días que vivimos la verdad y la mentira se han desvirtuado. ¿Una crisis de valores e identidad? Probablemente. Ojalá yo pudiera alcanzar esa sabiduría que me permitiera diferenciarlas y utilizarlas de una manera correcta en cada momento y en cada situación. Y sintiéndolo mucho creo -al menos hasta donde yo sé- que nadie goza de esa sabiduría necesaria para poder hacerlo.

Puede que ahora, en el hoy que vivimos, la auténtica sinceridad -esa verdad, esa falta de fingimiento o mentira en lo que alguien hace o dice- se haya convertido en una verdadera utopía.

Hoy, sentada en mi sofá, contemplo como va cambiando de traje y, a medida que su aspecto va variando según la ocasión, se refleja ante mis ojos quizá como una quimera, una fantasía, ilusión, una invención, fábula, idealización, una imaginación, ficción, alucinación... tal vez como un ideal, un sueño, un anhelo ... Ojalá lo supiera. Ojalá existiera un diccionario de experiencias de verdades y mentiras y no solo de palabras.

Puede que ahora, en la sociedad donde vivimos, la auténtica sinceridad no exista. Y me pregunto si alguna vez ha existido. Yo por lo menos no la he conocido.

Y, cuestionándose continuamente -en un sinvivir- la realidad que nos rodea, algunos se preguntan: ¿Es la SOCIEDAD que hemos construido entre todos la CULPABLE? A mí nunca me ha gustado buscar culpables ni señalar culpabilidades, más bien prefiero hablar de responsables y de responsabilidades.
Así que -vuelvo a insistir en la pregunta-: ¿Es la RESPONSABLE? Puede que sí, puede que no... Esa ambigua dualidad siempre. En fin...

Lo cierto es que es innegable que la misma sociedad nos presiona de alguna manera a mentirnos y a mentir cada día, sin ser realmente conscientes de ello.

A lo largo de mis tres décadas ya de vida, he tenido la oportunidad -al igual que vosotros- de detectar, experimentar y de reflexionar -aprehendiendo- sobre los diferentes tipos de mentiras más frecuentes.

La realidad es que podemos llegar a mentir por muchas razones: por conveniencia, odio, compasión, envidia, egoísmo, por necesidad o como defensa ante una agresión... Así que no todas las mentiras son iguales. Las más inconvenientes son las mentiras para no responsabilizarnos de las consecuencias de nuestros actos. Y las inadmisibles: las que hacen daño, las que equivocan y las que pueden conducir a tomar decisiones perjudiciales. En este sentido, los dos parámetros esenciales para medir la gravedad de la mentira son la INTENCIÓN que la impulsa y el EFECTO que causa.

Queridos tuppernautas, todos seguramente hemos tenido que mentir alguna vez a lo largo de nuestra vida por acción o por omisión, según se han ido dando las circunstancias. Seguramente, también, hemos llegado a experimentar que la mentira es tan dañina para quien la recibe como para quien recurre a ella. Y es que irremediablemente u
na nos lleva a otra, y puede marcar nuestra manera de relacionarnos con los demás. Sobre esto, sin lugar a dudas, es el AUTOENGAÑO el tipo de mentira más perjudicial, ya que si nos creemos y mostramos como no somos, nunca sabremos si nos quieren o desprecian a nosotros o a la imagen fraudulenta que nos hemos fabricado. Nunca sabremos si quieren o desprecian a la persona que somos o al personaje que simulamos ser. 

Parece una obviedad, pero si queremos ser creíbles y gozar de la confianza ajena, hay que dejar de lado el engaño y la mentira. Así pues, es RESPONSABILIDAD de cada uno de nosotros relacionarnos desde la verdad, lo que no implica el ofrecimiento de toda la intimidad. Cada cual y en cada momento ha de valorar qué y cuánto de su intimidad quiere ofrecer al otro.

Queridos tuppernautas, todos y cada uno de nosotros guardamos hechos, recuerdos, detalles, amarguras, palabras, circunstancias... Todos guardamos "secretos" que a veces ocultamos por necesidad, por compasión, por orgullo, por vergüenza o por temor. Ocultamos pedazos de nuestra verdad, de nuestra realidad por diferentes motivos. La sinceridad, pues, se pinta de diversos matices. Nunca es enteramente blanca o del todo negra. 

Hace unas semanas, una amiga me describía como la persona más sincera que había conocido. Yo la miré a los ojos y no supe qué decir. Vergüenza, orgullo, temor... Ojalá lo supiera. Lo cierto es que no es cierto, pues la auténtica sinceridad no existe. Ojalá -y sé que me repito- existiera un diccionario de experiencias de verdades y mentiras y no solo de palabras. La sinceridad -reitero- nunca es enteramente blanca o del todo negra. Hay matices y circunstancias, colores que la pintan según la ocasión. Lo importante es saber alejarse de la mala intención y de los destructivos efectos negativos. ¿Cómo? Ojalá lo supiera.

Y ahora que me levanto del sofá y sigo mirándola, contemplo como se vuelve a cambiar de traje y, a medida que su aspecto continúa variando según la ocasión, se refleja ante mis ojos de nuevo como una quimera, una fantasía, una ilusión... Ojalá lo supiera. 

¿Y si pudiéramos combatir la mentira como cuando éramos pequeños y jugando creíamos que nos crecería la nariz como a Pinocho por cada una de nuestras mentiras? Qué fácil sería.

¿Y si no pudiéramos mentir nunca como esos "afortunados", los del llamado Síndrome de Asperger? Qué fácil sería. 

¿Y si todo fuera verdad? 

Y si al mirar a la izquierda estoy recordando, y al mirar a la derecha inventando y mintiendo... 

¿Y si todo fuera real?

Ojalá lo supiera, pero no lo sé.


PD: "Saber que se sabe lo que se sabe y saber que no se sabe lo que no se sabe: en eso consiste la sabiduría". Jean Baptiste Alphonse Karr.








lunes, 11 de febrero de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas: 



Es tan agradable despertarse con los primeros rayos de sol acariciando mi cara... La verdad es que no cambiaría ni un poquito esa sensación tan placentera. Ese calor que me abraza y que consigue que esboce una sonrisa, aún con los ojos cerrados. Y los párpados perezosos luchando con todas sus fuerzas para no abrirse, pero que acaban al fin rindiéndose -sin poder evitarlo- al calorcito de esos rayos traviesos que se deslizan por las persianas, y atraviesan los cristales con el único fin de darme los buenos días.

Entonces, cual ave Fénix resurjo de mis cenizas, y con energías renovadas me levanto con el pie bueno. Cada uno de mis músculos comienza por desperezarse y, los primeros en hacerlo, esos quince que consiguen que sonriamos. Después, frente al espejo te ves, te miras y te ríes, pensando: "¡Madre mía! ¡Podría ser una locura, pero hoy creo que puede ser un gran día!"

Tic, tac, tic, tac... y las saetillas del reloj siguen girando, el tiempo va pasando y se me escapan los minutos. Tic, tac, tic, tac... ¿Qué ocurre? Me lavo la cara con agua fría, buscando la calma, y un intenso escalofrío recorre mi cuerpo entero.

Queridos tuppernautas, la balanza de la realidad se tambalea bruscamente. Me pongo a desayunar desganada, intentando digerir cada noticia que me va llegando. Y da igual de qué manera se presenta. No hay escudos protectores. La realidad aparece y te golpea sin contemplaciones.

Y así cada día. El caso, tuppernautas, es que nunca deja de sorprenderme. El mundo siempre está patas arriba. Me dan ganas de salir corriendo -como Forrest Gump- y no parar nunca. La economía fatal, el paro sin freno y marcha atrás... La educación y la sanidad partidas por la mitad, y envueltas para usar y tirar... ¿Y la política? No tengo palabras. Solamente dolor, vergüenza e impotencia.

Y es que no lo entiendo, tuppernautas. Por más que lo intento no lo puedo comprender. Tanta corrupción, tantos trapos sucios colgados del cordel... Por qué, para qué...

¿Tal vez la AMBICIÓN? Esa codicia, ese deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades, fama... Siempre todo y más. Es como un veneno, una droga que transforma y destruye. La ambición primero lo quiere todo, y luego desea más y más y más... En un bucle infinito que acaba definitivamente con la esencia humana.

La ponzoña de la ambición metamorfosea a las personas, y las convierte en no sé qué...

No hay bien ni mal...Buenos, malos...¿quién sabe? Inocentes, culpables...¿quién sabe?
¿Y la JUSTICIA? Según para quien... Su verdad, tu verdad o la mía.

¡Increíble! ¿Podría yo dormir por las noches? Creo que mi conciencia no me lo permitiría. Pero claro, estas "personas" ya no son conscientes de lo que está bien y de lo que está mal, de acuerdo a las leyes establecidas.

Y vuelvo a preguntar: ¿Qué necesidad tenían teniéndolo todo?
Y me pregunto: ¿En qué momento uno se convierte en ambicioso, perdiendo la consciencia?
Y dudo: ¿Existe la justicia?
Cuántas preguntas sin respuestas, ¿verdad, tuppernautas?

Tic, tac, tic, tac... y las saetillas del reloj siguen girando, el tiempo va pasando y se me escapan los minutos. Tic, tac, tic, tac... ¿Qué ocurre? Me lavo la cara con agua fría, buscando la calma, y un intenso escalofrío recorre mi cuerpo entero otra vez.

¡CUIDADO! La araña que te muerde y te envenena de ambición anda suelta. Ten cuidado -insisto-, pues nadie está a salvo. Hoy eres Spiderman, mañana puede que Venom... ¿quién sabe?

Mientras tanto yo, queridos tuppernautas, mientras aún siga siendo "libre" como un niño, intentaré seguir disfrutando de esos rayos traviesos de sol que me despiertan por la mañana. Que me hablan y me dicen: "Todavía hay esperanza. Levántate y no la pierdas de vista. Levántate y camina sin miedo a las arañas".

PD: Las personas soñamos con riquezas, y cuando las conseguimos no podemos dormir por las noches por el temor a perderlas. El antídoto se halla en aprender a conseguir esa "riqueza" que nos permita desprendernos de los "diamantes" con facilidad y sin miedos. 












lunes, 4 de febrero de 2013

Diario de una tuppernauta en tiempos de crisis

Queridos tuppernautas:


En épocas de incertidumbre e inestabilidad, muchos han aprendido a ver oportunidades. El mejor ejemplo de ello lo encuentro en Japón. La palabra crisis en japonés (危機=kiki) está compuesta por los caracteres 危 (peligro) y 機 (oportunidad). Y es que los japoneses siempre han intentado hallar la mejor manera de buscar algún beneficio ante las situaciones complicadas.

Desde este pequeño gran supertupper, yo deseo de todo corazón que la terrible crisis que estamos viviendo en estos momentos, se acabe convirtiendo en un hervidero de oportunidades para todos los luchadores que no nos rendimos nunca. A pesar de los innumerables obstáculos, siempre podemos encontrar alguna luz, una puerta, varias ventanas y, sobre todo muchas manos que nos sujetan para no caer o que nos ayudan a levantarnos del suelo, cuando irremediablemente nos hemos caído. Siempre. 

El pasado miércoles comenzó una nueva etapa. Un cambio -en apariencia- inesperado y repentino. Un cambio tal vez necesario -ya se verá-. Os explico: 

Hace ya más de ocho años que trabajo para una reconocida multinacional sueca dedicada a la venta minorista de muebles y productos para el hogar y la decoración. La sección de Plantas y decoración fue mi primera "estación". Allí comencé a dar mis primeros pasos como coworker (o "vendedora"). Un trabajo que -como muchos que estudiábamos por aquel entones- contemplaba como algo temporal, de pocas horas por las tardes, y que podía compaginar perfectamente con mis estudios en la universidad. 

Así pasaron los meses y no lo pude evitar. Me cautivó. Me cautivaron todas las personas que formábamos parte de ese gran equipo, y sin saber cómo, ni el porqué, ni para qué... lo que en un principio iban a ser solo unos cuantos meses, casi sin darme cuenta se han convertido ya en ocho años y cuatro meses -¡madre mía!

Sin embargo, no hace falta que os recuerde -queridos tuppernautas- que hoy las cosas no andan bien, ¿verdad? Como era de esperar, también la crisis económica ha entrado por sus puertas, y no se están cumpliendo los objetivos de venta. Los ingresos no están siendo los deseados, así que una de las medidas tomadas como solución ha sido la de reducir los costes de personal. Como empresa actúa según su naturaleza... No hay reproches y que quede claro que con esto no pretendo juzgar a nadie, pues aquí no hay ni "buenos" ni "malos". Hay solo circunstancias y diversas interpretaciones. Somos nosotros mismos quienes decidimos cómo queremos verlo. 

Y yo lo acepto. Lo intento hacer cada día, pero... es inevitable. Una atmósfera de incertidumbre me envuelve en estos momentos. 

Ahora... Dudas de todo tipo y miedo. Miedo porque -queridos tuppernautas- no sé qué es lo que puede suceder mañana, ni me lo quiero imaginar.

Ahora... Me pregunto a mí misma cada noche -en silencio y perdida en mis pensamientos, al repasar cada secuencia del día, reparando en mis errores-: "¿Cuál será el siguiente paso? ¿Qué me depara el futuro? ¿Es este el comienzo del final?"

Queridos tuppernautas, hoy vuelvo a mezclar sensaciones, a encontrar sentimientos de ayer que creía olvidados. Impotente intuyo como vuelve el ayer y, confundido el hoy, se asusta el mañana. 

Ahora más que nunca, queridos tuppernautas, necesito unos cuantos abrazos... Abrazos de esos de más de dos minutos :-).