Queridos tuppernautas:
Hace algún tiempo, mientras apuraba las últimas horas del día viendo relajadamente la televisión tumbada en mi sofá, por el rabillo del ojo que todavía luchaba por permanecer abierto, pude presenciar una secuencia entrañable.
En un halo de neblina espeso y surrealista producido por mi enorme cansancio y mis ganas de que se acabara ese día, dos siluetas se dejaban diferenciar. Reproduciéndose lentamente y no de una manera muy clara en mi mente -problemas de astigmáticos sin lentillas que neutralizasen mi defecto visual en ese momento- , ambas fueron llamando poderosamente mi atención casi dormida con una sucesión de largos planos, en un emotivo y logrado plano-contraplano.
En un abrir y cerrar de ojos, queridos tuppernautas, irrumpían sus imágenes atrapadas y espiadas desde el otro lado de la pantalla. De repente, la máquina del tiempo me trasladó al pasado, así como por arte de magia.
Un niño, una joven mujer y -entre ambos- un enorme puente de cincuenta años. ¡Cincuenta! Sí, toda una vida. Medio siglo de separación sin saber uno del otro. Al fin después de tanto tiempo, tirado en el suelo, debajo del sofá, se dejaría ver un ajado pañuelo mojado de recuerdos olvidados imposibles de secar.
Esa noche -como por arte de magia- pasado y presente se sentaron en el sofá y, abrazándose, exhalaban un profundo sentimiento de agradecimiento.
En el blanco y negro del flashback, intuía las luces y las sombras de sus vidas en aquellos años bárbaros. Poco a poco la analepsis que fue alterando la secuencia cronológica de su historia, me trasladó en un instante la acción presente al pasado. Mi imaginación, en aquel escenario, no pudo evitar recrear de nuevo esas miradas que no hablaron. Sus miradas guardando las palabras mágicas de la admiración y el agradecimiento.
Así fue, queridos tuppernautas. Como por arte de magia, gracias a su historia -un mensaje en una extraña botella lanzada a la orilla de mi sofá- empecé a recordar.
Pasado y presente volvieron de la mano. El niño -un alumno más- y el hombre mayor, con orgullo, se atrevieron a hablar. Al fin esas palabras mágicas de la admiración y el agradecimiento. La joven mujer -su maestra- y la adorable ancianita, con emoción, no podían reprimir las infinitas lágrimas de alegría y satisfacción.
Ese niño que luchaba en un llanto contenido y el hombre mayor con voz temblorosa, alto y claro acabaron por gritar: "Gracias. Millones de gracias por todo lo que hiciste por mí cuando tan solo tenía diez años. Gracias por estar ahí cuando nadie quería hacerlo. Gracias por tu comprensión, por tu cariño, por tus caricias cuando más las necesitaba, por tus abrazos, por tus enseñanzas. Gracias por cada palabra de apoyo, por ser la primera persona que creyó en mí. Gracias por tu educación y por darme las alas y el impulso necesario para aprender a volar en una vida llena de obstáculos. Gracias por tu ayuda. Gracias por ser mi ángel de la guarda y mi "Pepito Grillo" en aquellas ocasiones. Gracias por cada cuento, por cada fábula, por cada poema. Gracias por tu tiempo y tu ilusión, por tus ganas de vivir contagiosas. Gracias por aparecer en mi vida y regalarme tu presencia, tu esencia y tu recuerdo. Gracias por todo tu esfuerzo y trabajo".
Tras un breve silencio sobrecogedor, al cabo la joven mujer -su maestra- y la adorable ancianita, llorando les respondían: "Fue un auténtico placer conocerte y descubrirte. Me complace contemplar ahora al magnífico hombre en el que te has convertido. Me enorgullece saber que yo he tenido algo que ver. Lo haría mil veces, una y otra vez. Todos vosotros me dabais la ilusión. Y tú eras un chiquillo tan especial... Tu mirada ya me daba las gracias millones de veces cada día".
Y así fue, queridos tuppernautas. Como por arte de magia, gracias a su historia -un mensaje en una extraña botella lanzada a la orilla de mi sofá- empecé a recordarlo todo en un entrañable plano secuencia.
Me acordé entonces de todos aquellos maestros y maestras, profesores y profesoras, formadores, mentores, redactores jefe, entrenadores... que me han marcado a lo largo de mi vida hasta estos momentos, y de los que he tenido la gran fortuna de aprender tantísimo. De aquellos y aquellas que me dieron la mano en el colegio cuando me tropezaba. De aquellos y aquellas que empezaban a conocerme y que veían en mí cosas que yo ni siquiera podía imaginar. De aquellos y aquellas que me animaban cuando creía que no podía hacerlo. De aquellos y aquellas que fueron alimentando mi confianza y autoestima para alcanzar la meta en esa carrera a veces tan incomprendida. Y sobre todo, de aquellos y aquellas que estuvieron siempre ahí apoyándome en los malos momentos.
Fue esa noche -como por arte de magia- cuando mi pasado y mi presente se sentaron en el sofá y, abrazándose, exhalaban un profundo y eterno sentimiento de agradecimiento.
Por todo lo que me habéis dado, mil GRACIAS de todo corazón.
PD: "Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede predecir dónde acabará su influencia". Henry Brooks Adams.
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