Cine, literatura, teatro, música, comics, televisión... Pequeñas anécdotas y retazos de vida... Cualquier cosa-cualquiera- puede ser guardada eneste pequeño gran supertupper.
Sin más recursos que un móvil, una peonza ... y muchas ganas, en una tarde de domingo larga que se hizo corta, muy corta. ¿Que qué es? Es inexplicable. Es ese instinto... Te impulsa y te hace girar. Es ese instinto que consigue hacernos rodar aun con más fuerza ;-).
Ese día había tenido que ir a Madrid para solucionar cierto papeleo que andaba arrastrando y al que no había podido dar carpetazo aún, por lo complicado que suele resultar casi siempre lidiar con los indeseados trámites burocráticos. Y es que si la mala fama los acompaña, será por algo ¿o no?
Pues bien, aquellos indeseados e indeseables tuvieron la osadía de robarme casi todo el día -como ya imaginaba cuando me decidí por emprender esa batalla-, así que hambrienta, ya que ni siquiera había podido probar bocado alguno, y dado que me pillaba de paso, opté por coger el Metro hasta Pío XII y dirigirme -ya andando-, hacia la calle de Alfonso VIII.
Nada más subir las escaleras de la única salida disponible que me despedían de la boca de metro, a medida que iba ascendiendo hacia la superficie, comencé a sentir como la fresquita y apacible brisa del incipiente otoño se apoderaba de mi cuerpo y me devolvía a la vida, despertándome de mi momentáneo letargo para hacerme resurgir de mi atontamiento de papel, tinta e interminables colas.
Clavada como una farola en la aparente lustrosa acera y tras una profunda inspiración de cinco segundos, al fin empecé a andar camino de aquel olvidado paradero.
La última hora de la tarde lucía unos colores espectaculares, el tiempo me acompañaba favorable por la larga avenida que discurría sin abruptos impedimentos. No podía dejar de sonreír, montones de recuerdos -buenos y no tan buenos- se me agolpaban en la memoria, peleándose por saludarme a cada paso.
Hacía mucho tiempo que no visitaba aquella zona y lo cierto es que seguía más o menos igual. El mismo aire de rancio y alto abolengo se respiraba por la cara externa de esos altaneros muros, que siempre me provocaron un intenso escalofrío.
Mientras andaba, sumida en mis pensamientos, no dejaba de recordar, de pensar... Allí estaba de nuevo y parecía que el tiempo no hubiera pasado jamás, como si se hubiese quedado anclado en la época del silencio. Allí estaba yo otra vez, aproximándome a la avenida del Comandante Franco y a la calle de Alfonso VIII, con paso firme y ligero, disfrutando a mi manera del tiempo y del lugar.
Cuando me dispuse a dejar la avenida de Pío XII, para adentrarme en esas calles de tan sonoras e históricas denominaciones, mi mirada se detuvo en seco durante un breve pero certero instante en unos guantes que me parecieron de seda negra, y que alimentaban a todo un corrillo de palomas. A mi derecha, en un banco de ajada madera oscurecida muy pegado al arcén de la calzada, plantada como si el mundo no existiera, pude distinguir su enjuta y lánguida figura.
Se trataba de una mujer de mediana edad, tal vez de unos cincuenta y cinco años ... no me atreví a examinar su rostro en profundidad. Me llamaron la atención los extraños guantes que exhibía, y la elegante y afectuosa manera de cuidar de esas aves hambrientas. Ella sonreía levemente, con gesto de vacío y derrota, mientras una paloma se apresuraba hasta mis pies, lanzándome un arrullo de sonora bienvenida.
Huí el rostro a su melancólica mirada y seguí mi camino. Me dio vergüenza perturbar su calma y allí la dejé con su encomiable labor, rodeada y admirada por aquellos pájaros en derredor de las grises, gélidas e inquisitivas fachadas que flanqueaban ese lugar, a mis ojos, cada vez más enigmático.
El manto lumínico de tonos ámbar y carmesí del atardecer comenzaba a cubrir toda la travesía, trazada en cuesta. Me costaba mantener los ojos abiertos ante la intensidad de las luces del ocaso, que luchaban desesperadamente por no acabar desapareciendo en la noche impaciente. Con mi mano izquierda intentaba protegerme, tapándome como podía para que mis ojos no siguieran sufriendo la tortura de esa belleza cegadora.
Mirando al suelo, fue entonces cuando me fijé en la increíble hojarasca crepitante que tapizaba la acera a mi paso, metamorfoseándose, gracias al baño de luces que me deslumbraban, en una espectacular alfombra escarlata.
Al cabo de unos veinte minutos, y sintiéndome como la estrella protagonista de una película extranjera, obnubilada por los focos y recibida en tan hermosa alfombra, llegué a mi destino final: el número 11 de la avenida del Comandante Franco, esquina con Alfonso VIII.
La enorme placa numérica, que presidía la impresionante y pesada puerta metálica que constituía la entrada principal de la residencia, no dejaba lugar a la duda.
Nada parecía haber cambiado, salvo quizá la pintura que recubría las paredes de la fachada, y que recordaba con matices ocres y no en esos grises tan apagados y oscuros.
Durante cinco segundos la miré de arriba abajo sin pestañear. Acto seguido me decidí por llamar al telefonillo, que se encontraba ubicado justamente en la pared del lado izquierdo. Lo cierto es que nunca he podido comprender el porqué de ese empeño en que aquel estrafalario y desorbitado mamotreto, robara gran parte del espacio del muro para tan solo cuatro insignificantes botones. Me fue imposible fallar.
-Buenas tardes. ¿Quién llama?- vociferó una voz grave y contundente que reconocí al instante.
-¡Hola! Soy yo, papá.
-¿¡Cecé!?
-Sí, estaba por la zona y me ha dado por hacerte una visita así de improviso ja,ja,ja ...
Ya me conoces... Ábreme y ahora te cuento...
Mi padre algo sorprendido me abrió en un santiamén -vía corriente eléctrica- la voluminosa y blindada puerta exterior. Una vez dentro de la vivienda, la cerré rápidamente. Y a unos pocos pasos, como recordaba, me aguardaba una puerta de barrotes de hierro, una especie de verja por la que se dejaba entrever el empedrado de un pequeño patio interior. Avancé recorriéndolo lentamente y todavía podía sentir la añeja y taciturna solemnidad, por la que siempre se había caracterizado.
Sin perder más tiempo, no tardé en dirigir mi mirada ansiosa hacia la izquierda, donde un telón de cañas de bambú imponía su presencia en el filo del plomizo empedrado, con una colorida frescura que contrastaba al romper con la armonía monótona y sombría, que inundaba aquella lúgubre atmósfera.
Era como una especie de cortina traslúcida de naturaleza que separaba dos mundos. La línea divisoria entre las luces y las sombras, que daba paso a uno de los mayores tesoros de mi infancia.
Diez años habían transcurrido ya desde la última vez que lo vi. Allí estaba de nuevo, y el telón se abría ante mis ojos para ofrecerme la belleza de aquel oasis oculto entre los muros de frío hormigón.
Quise quedarme durante un largo rato contemplando toda la hermosura que me brindaba ese precioso jardín, cuya magia conseguía trasladar mi imaginación a increíbles lugares y a otro tiempo de siglos atrás.
El mejor recibimiento que podía tener. El verde del césped en su punto perfecto. Fresco y sedoso. La transparencia de la brisa y el agua, fundiéndose en una espléndida fuente de pequeñas dimensiones, construida en piedra de caliza. Quizá una imitación de alguna fuente del siglo XVIII. De esas que constaban de un pilón circular sobre el que se asentaba una columna labrada, y en la que aparecían esculpidos diferentes motivos alusivos al escudo heráldico de Madrid. Que lo fuera, nunca me importó. Y todos los colores. Un sublime collage de diferentes naturalezas vivas. Un juego de flores de colores perfectamente entrelazadas y regadas con el agua de la felicidad, que repintaba casi un cuadro impresionista del mismísimo Claude Monet, dando vida a una especie de reinventado jardín de Giverny.
Una auténtica obra de arte -os lo aseguro- cuyo artífice, el artista, no era otro que mi padre: don Valentín Llorente Montero, el portero que aún hoy custodia el viejo edificio. Más conocido como el Panilla por toda la zona de Chamartín, todavía los más longevos le recuerdan por su pasado como el panadero de un pequeño negocio familiar que le robó media vida, y del que ahora solo quedaba ese cariñoso apodo tan especial. En su interior, al abrigo de aquel guardián, otra vez con los pies descalzos y sin reloj escondida en su paraíso particular, jugando con la imaginación y el tiempo, la niña emocionada volvió a verlo. -¡Eres tú, has vuelto! Sabía que lo harías. Te estábamos esperando.
Continuará ...
PD: Primer capítulo de Las historias del Panilla. Dedicado a mi padre, uno de los mejores porteros de Chamartín y el mejor jardinero, sin duda.
Son los caminos antiguos que cruzan bosques, tierras de labor, aldeas, villas y ciudades históricas. Son los senderos que salvan canales de agua a través de puentes de traza medieval. Caminos que se llenan con la presencia de capillas, iglesias, conventos, petos de ánimas y cruceiros ... Solo son los caminos que se hacen Camino... cuando el caminante comienza a andar.
El camino de las estrellas Históricamente este Camino comenzó a adquirir gran relevancia a partir del siglo XII, época durante la cual se empezaron a consolidar diversas rutas que permitieron un amplio intercambio cultural y económico.
En este sentido, se puede calificar a Portugal como "tierra de caminos", ya que los peregrinos brotaban de todas las comarcas para dirigirse a Compostela. De esta manera, a través de tierras portuguesas, se fue tejiendo un trazado espectacular de más de 200 kilómetros hasta llegar a Galicia.
Más concretamente, se puede decir que hay tres caminos que destacan de los múltiples existentes, y los tres parten del tronco occidental de Lisboa-Coimbra-Oporto, donde se dispersan para volver a unirse en Redondela (España).
Los tres trazados de esta aventura
Los caminos portugueses occidentales arrancan de Lisboa y se dirigen hacia Coimbra por dos trayectos. Una vez en Coimbra se puede tomar la dirección noreste (oriental) hacia Chaves, o bien noroeste hacia Águeda -Monasterio de Pedroso y Oporto-, donde aparecen los tres trazados principales:
Camino portugués del interior o central (230 kilómetros). Oporto, Braga (donde un antiguo camino accede directamente a Ourense por Castelo de Vide, Nisa, Castelo Branco, Covilha, Guarda, Trancoso, Sernancelhe, Lamego, Poiares, Vila Real, Vila Pouca de Aguiar, Chaves, Ourense -enlazando con el tramo mozárabe de la Vía de la Plata-); y Ponte de Lima, Rubiaes, ValenÇa de Minho, Tui, O Porriño, Redondela, Pontevedra, Caldas de Reis, Padrón, Rúa de Francos y Santiago.
Camino portugués del norte (170 kilómetros). En Barcelos se desgaja de la ruta del interior y luego se vuelve a unir a ella en Redondela. Como el anterior, proviene de Oporto, Barcelos, Ponte de Lima, Vilanova de Cerveira -se cruza en barca el río Miño-, y ya en España se dirige a Goián, Tomiño, Gondomar, Vigo y Redondela.
Camino portugués de la costa (140 kilómetros). También es conocido como "monacal". Su recorrido en Portugal va desde Oporto, Viana do Castelo, Camniha, se cruza la desembocadura del Miño y, ya en España, La Guardia, Bayona, Vigo y Redondela, donde finalmente se une al camino del interior.
Algunos CONSEJOS que favorecen la PREVENCIÓN de la degeneración macular (DMAE):
Si tienes alguna enfermedad visual importante (miopía, astigmatismo, etc.) o tienes más de 50 años, deberías visitar a tu oftalmólogo regularmente.
Lleva gafas de sol que te protejan y filtren los rayos ultravioletas y la luz.
Toma suplementos nutricionales específicos para la vista.
No fumes.
Evita el sobrepeso.
Sigue una dieta alimenticia variada, que incluya frutas y verduras.
Vigila tu tensión arterial.
Practica ejercicio regularmente.
La Rejilla de Amsler
Esta herramienta se utiliza desde 1945. Se trata de una cuadrícula de líneas verticales y horizontales, usada para monitorear o inspeccionar el campo visual de las personas.
Más concretamente, esta rejilla o cuadrícula fue desarrollada por el oftalmólogo suizo Marc Amsler, llegándose a convertir en un implemento de diagnóstico que ayuda a la detección de anomalías visuales causadas por alteraciones en la retina, particularmente si se hallan en la mácula (ejemplos: degeneración macular, membrana epiretinal...), así como en el nervio óptico y las rutas visuales del y al cerebro.
Instrucciones de uso:
Coloca la rejilla a 30 centímetros de tu cara.
Ponte gafas de lectura, si las utilizas.
Cúbrete uno de los ojos.
Mira fijamente al punto central de la rejilla o donde se crucen las líneas diagonales.
Después, repite el proceso con el otro ojo.
Si las líneas alrededor del punto aparecen onduladas o deformadas, o con zonas oscuras, podrías tener afectada la mácula y deberías consultar a tu oftalmólogo.
Demostrando su creatividad y valentía, Joe Sacco nos expone en formato cómic sus últimos reportajes realizados para la prensa internacional. Desde Palestina a Irak y desde la India al Cáucaso, sus impactantes testimonios y revelaciones nos ayudan a reflexionar y nos proponen analizar gran parte de la primera década del siglo XXI. El mejor periodismo a través del cómic: una fantástica simbiosis
En el año 1992 tiene lugar un acontecimiento histórico para el mundo del cómic: Art Spiegelman recibe el Premio Pulitzer por su impactante novela gráfica Maus. Este hecho supone el inicio de la verdadera toma de conciencia -por parte de la sociedad- de la relación intrínseca entre el periodismo (literario) y el cómic. La prueba de ello está en la gran proliferación de títulos, ya casi clásicos, en los que se evidencia esta alianza entre los dos géneros: Persépolis de Marjane Satrapi, Paracuellos de Carlos Giménez o El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim, entre muchos otros. A nivel internacional, uno de los autores más destacados de esta corriente es Joe Sacco (Malta, 2 de octubre de 1960), declarado autor alternativo de comics y residente en Estados Unidos. Sus obras más conocidas, las novelas gráficas Palestina: en la franja de Gaza y Gorazde: Zona Protegida, muestran este magnífico estilo característico a medio camino entre el cómic underground y la crónica periodística, que lo han hecho merecedor de importantes galardones y reconocimientos.
¿Cómo conseguirlo? ¿Cómo lo hago? ¿Cómo lograr que no me importe? Cuando ya han pasado más de mil y una noches. Cuando ya son más de ocho años y sigue importándome. ¿Por qué? ¿Para qué? Sí, sí ... lo sé. Irrumpe de nuevo la tormenta perturbadora de las eternas preguntas. Tranquilos, no os preocupéis. Es solamente que -como ya enunciara uno de mis sabios preferidos- cuando creemos tener todas las respuestas, va el universo caprichoso y nos cambia las preguntas de tiempo, de lugar … Las palabras … los significados … Queridos tuppernautas, lo único que tengo claro es que no soy perfecta. Nunca he conversado con la perfección. No la conozco. ¿Existe? Tal vez, quién sabe … Yo solo soy un ser humano más con sus fortalezas, sus debilidades, con sus miedos y sus sueños. Nada más y nada menos: un ser humano. Lamentablemente hoy las preguntas han regresado. Si ya no soy feliz por qué sigo haciéndolo, para qué lo hago. A veces, hay tardes en las que me cuesta reconocerme. Al rato, me miro al espejo en las noches y no me reconozco. Tal vez me ciega el reflejo del nerviosismo, el estrés, el enfado, el agotamiento, la frustración … qué sé yo. La tristeza se hace mayor. Y me veo pequeña, muy pequeña. Tanto como la negra hormiguita, la que intentaba esquivar las pisadas malintencionadas, vengativas y dañinas de los malvados príncipes de rostros preciosos y almas turbias. En aquel cuento que nunca encontró su final, atrapada en el bucle infinito de la desesperación. Mis queridos tuppernautas, estoy cansada. Hoy estoy muy cansada. Mucho. El cuerpo me pesa como un ancla de quinientas toneladas, que se clava como Excalibur en la roca más sólida de la tierra y del mar. Mi alma ya no puede seguir arrastrándose más, cuando ya casi ni recuerda el sonido de sus risas. Demasiadas injusticias lo llenan. Demasiados silencios la atan. Hoy la burbuja ha explotado. ¿Acaso ayer mi vida era una batalla? Pues la he perdido. Hoy me rindo. Bandera blanca. Mi rendición en su bandeja de plata. No quiero llorar más. Ya no puedo. Me lo debo a mí misma. Las lágrimas se han secado. Queridos tuppernautas, permitidme hoy estar triste. Lo estoy. He perdido. Es absurdo seguir recorriendo este ilógico camino. ¿Qué sentido tiene cuando te das cuenta de que realmente es el camino equivocado? ¿De qué sirve entonces correr? Y tal vez sea ahora la hora de tomar una decisión. Tal vez sea el momento de hacerlo. O tal vez sea … Tal vez sea que simplemente necesite un momento de paz. Permitidme este momento de debilidad. Todos y cada uno de nosotros tenemos el derecho a estar triste. No es algo malo. A veces es inevitable y a veces tan necesario como indeseado. Tenemos ese derecho pero también el deber de levantarnos y seguir hacia delante, cambiando el rumbo si es necesario, izando las velas y siempre ojo avizor en busca de esas sonrisas miedosas y escondidas. Cuando se lleva tanto tiempo siendo fuerte en extrañas guerras sin final, es comprensible sentirse vencido por el cansancio y el abatimiento. Que no os dé vergüenza nunca llorar como un niño. Llorad hasta desahogaros del todo. Hasta que las lágrimas se hayan secado. Que no os dé vergüenza jamás. Hoy los valientes también lloran. Hoy los valientes también tienen miedo. Mis queridos tuppernautas, dijo aquel talentoso novelista ruso: “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace”. Y hoy yo no sé si quiero lo que hago ni lo que quiero hacer; realmente no lo sé. Pero sí sé lo que no quiero. No quiero mirarme de nuevo en el espejo y no reconocerme. Afortunadamente siempre habrá un mañana para volver a empezar. Y mañana, queridos tuppernautas, será otro día. Otra hoja en blanco en la que escribir una nueva historia. El comienzo de un cuento que encuentre su anhelado final feliz. La “princesa prometida” de mi propio cuento, por qué no. En ocasiones, se nos olvida que debemos ser los auténticos protagonistas de nuestra propia vida, de nuestro cuento. En estos momentos de gran incertidumbre es cuando más sueño y deseo encontrar a mi “ángel de la guarda”. Mi guía y mi escudo protector. Cuánto necesito su consejo y el calor de sus alas. Cual Fuyu en mi historia interminable me mostraría el cómo hacerlo, surcando los cielos. Cual tortuga Casiopea me marcaría el cuándo y rescataríamos todo el tiempo perdido y robado. A lo mejor solo soy una estúpida idealista que todavía sigue creyendo en los cuentos de hadas y en que los sueños se pueden hacer realidad. Mis queridos tuppernautas, esta estúpida e ingenua idealista no sabe ni cómo ni cuándo será, pues la página rota aún no está arrancada. Hoy estoy cansada. Es cierto. Pero mañana, mis queridos valientes, mañana será otro día.
PD: “Resistirse al cambio es ir en contra del fluir natural de la vida”, Lev Tolstói.
La Feria del Libro de Madrid es un evento cultural que se celebra una vez al año, durante los últimos días de mayo y los primeros de junio, desde hace algún tiempo en el parque de El Retiro de la capital española. Así que si te gusta leer -y la naturaleza-, todavía estás a tiempo de perderte por allí un ratito durante sus últimos días, este fin de semana.
El origen
La primera Feria del Libro se celebró del 23 al 29 de abril de 1933, cuando algunas de las editoriales madrileñas alinearon sus casetas en el Paseo de Recoletos. A partir de ese momento, Fernando de los Ríos, Ministro de Instrucción Pública en aquel entonces, apoyó y respaldó este acontecimiento cultural y, junto a otros oradores, invitaron a los madrileños a acudir a tan magnífico evento y empaparse de los valores de las publicaciones.
Posteriormente, en la década de los sesenta se fueron creando diversas ferias del libro en otras localidades españolas, muy similares a la de Madrid.
En 1967, la Feria fue desplazada al parque El Retiro, concretamente al Salón del Estanque. Más adelante, a partir de 1970, y ya siempre dentro de este parque, la ubicación elegida fue la zona situada entre el Paseo de Coches y la tapia del entonces Parque Zoológico.
Desde sus comienzos en los años 30, se han celebrado más de media centena de ediciones, llegándose a exponer cerca de 300 casetas con diferentes temas. Compromiso con el medio ambiente
La Feria del Libro de Madrid, firmemente comprometida con el respeto al medio ambiente, ha realizado la impresión de todos sus carteles y planos en papel Eural Premium 100%.
De acuerdo a los datos oficiales expuestos por la comisión organizadora de la Feria, esta medida ha supuesto una reducción en el impacto ambiental equivalente a 625 kg de gases de efecto invernadero (gas carbónico), 56.767 litros de agua, 6.250 km de viaje en un coche europeo estándar, 10.945 kw/h de energía, 4.362 kilos de madera y 2.685 kg de residuos.
En este sentido, y según la comisión, el papel Eural 100% reciclado es un papel de alta calidad disponible en una completa gama de estucados y no estucados, distintos gramajes y formatos que permiten las más diversas aplicaciones. Asimismo, todas las fases del proceso de fabricación se llevan a cabo en Europa.
Si te apetece un día de sol, bicicletas, bocadillos, risas
y muchos libros...
ya sabes adonde ir ;-)
CÓMO LLEGAR...
DIRECCIÓN: Pº del Duque de Fernán Núñez, Jardines del Buen Retiro METRO: Estaciones de Príncipe de Vergara (Líneas 2 y 9), Retiro (L2) o Ibiza (L9) BUS: Líneas 2, 19, 20, 26, 28, 61, 63, 146 y C-1 CERCANÍAS: Estaciones de Recoletos y Atocha PARKING: C/ Velázquez, 16; C/ Montalbán, 6.
Recordando recordé que fue un veintiuno de mayo. Aunque, en realidad, han sido muchos veintiuno de mayo. Claramente recuerdo. Puedo recordar recordando que en cada uno de ellos me he perdido, para reencontrarme de nuevo.
Porque recordando recordé y recuerdo que contando cuento, esperando espero y temblando tiemblo.
Así fue. Así es. La veo. Allí está. Fría. Otra vez la misma silla. Aquella planta moribunda que no anima. Más voces que se encierran tras las puertas amarillas. Y una respuesta enferma que se oculta. El bolsillo cerrado. La baldosa partida. Solo una funesta herida profunda.
Uno, dos y tres -pi,pi,pi-, cuatro, cinco, seis -pi,pi,pi-, siete, ocho, nueve -pi,pi,pi...- y diez.
Porque contando cuento. Los minutos nerviosos. Cada latido que se pierde palpitante en la cuenta que cuenta cada gota cegadora. Las gotas que descubren la terrorífica caja de Pandora.
En aquella misma silla, enfrente esa triste planta que no anima.
Porque esperando espero. La espera sorda que no declina. La distorsión en las formas deformadas que se difuminan. Las caras perdidas. La realidad que era, en la nada termina.
Al fin llega. Mientras se abre la puerta, la llamada temida.
Porque temblando tiemblo. El miedo se burla. Su juego macabro. Aquella respuesta vestida -sin pudor- ante mis ojos, nuestros ojos, se desnuda. Los que lloran ahora. Mis ojos. Nuestros ojos. La deseada respuesta. El maldito "lo siento". Mi bendita locura.
Contando cuento. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Cuento contando. Siete, ocho, nueve. Y diez -piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...
Esperando espero. Otra vez la misma silla. Espero esperando. Aquella planta medio muerta que no anima. El bolsillo cerrado, la baldosa partida y una interminable herida profunda.
Y siempre, mis queridos tuppernautas, siempre temblando tiemblo. Porque siempre, siempre tiemblo temblando en la enloquecedora sala de espera...
"¡Bendita locura!", me digo.
En esa maldita sala y la desquiciante espera en la que siempre, siempre pierdo una vida.
PD: En la oscuridad, una palabra bastará. En la oscuridad, solo una palabra de ánimo será suficiente. Saber que estáis ahí. La importancia de saberlo. Queridos tuppernautas, luchemos todos juntos por una digna Sanidad pública. Luchemos por ella. Nos la merecemos, ¿no creéis?
He de reconocer que, llegado el momento, yo no sé si tendría el valor suficiente para hacerlo. Es una decisión bastante complicada por todo lo que conlleva: dejar tu casa, tu ciudad, tu país. Y, con ello: separarte de tu pareja, de tus amigos, de tu familia. Es una decisión tan decisiva como arriesgada. Pero ya se sabe... Quien no arriesga, no gana.
Creo que sois unos valientes. Admiro vuestro arrojo, vuestro valor. Ojalá, queridos tuppernautas, yo lo tuviera.
Esta es la historia de millones de personas. Es la triste pero apasionante historia de una despedida obligada:
Pasan los días, pero impasible parece que el tiempo no se moviera. Y pasan las horas, pero el reloj se detuvo aquel día. Los minutos y los segundos ya no se pelean por llamar la atención... Ya no.
Irrumpe el momento en que ya nada puede importar más. Solo quieren encontrarlo. No pueden pensar en otra cosa. Intentan nadar sin las coordenadas exactas, hasta que se van hundiendo y la sensación de ahogo permanente es superior.
Lo buscan por todas partes. No lo ven por ningún lado. Los puntos cardinales desaparecen en un círculo infinito. Lo buscan desesperadamente. Se esfuerzan hasta decir basta... Y así, día tras día.
-¡Al fin! ¡Ahí está! ¿Es o no es?- exclaman y se preguntan algunos pocos ilusos.
Es solo una ilusión. La ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz cuando atraviesa capas de aire de densidad distinta. Los objetos lejanos les dan una imagen invertida, como si se reflejaran sobre el agua, tal y como ocurre en las llanuras de los desiertos más inhóspitos y desiertos. En fin. una maldita ilusión, esa apariencia engañosa de algo que desean y no pueden tener.
Luego, no tardan en llegar. Toman asiento la desilusión y la desesperanza. Les miran desafiantes. Y las dudas empiezan a sobresalir. La búsqueda continua, sin embargo, ahora solo lo buscan por inercia. Ni chalecos salvavidas ni flotadores. Nada de nada. Aire y agua. Día tras día, nada cambia salvo la desesperación que ya no cabe; ni adentro ni afuera.
-¡Hasta aquí! ¡Ya no puedo más! Ha llegado el momento de tomar una decisión - empiezan a gritar con firmeza aquellos ilusos desilusionados.
La decisión más importante que les devolverá los días, las horas, los minutos y segundos perdidos. La decisión que les restituirá el tiempo y las ganas renovadas de seguir intentándolo. El tiempo y la vida les hacen las maletas. El viaje comienza. La tierra les espera.
Queridos tuppernautas, aquellos ilusos son los valientes de hoy. Aquellos valientes que se han visto obligados a despedirse de sus seres queridos, abandonado su hogar. Estoy convencida de que su sacrificio y esfuerzo les otorgarán una merecida recompensa.
Mis queridos valientes, disfrutad de cada momento, de cada instante... Cada detalle, por muy pequeño que sea, puede transformarse en algo tan grande como especial e inolvidable. Nunca dejéis de creer en vuestros sueños, por muy duro que sea el camino.
Esta es la historia de millones de personas. Es la apasionante historia de una despedida obligada:
" ...
PD: "No tengas miedo a que te llamen loco; haz algo hoy que no concuerde con la lógica que aprendiste. Altera un poco ese comportamiento serio que te enseñaron a tener. Ese pequeño detalle, por insignificante que sea, puede abrir las puertas a una gran aventura". Paulo Coelho, novelista, dramaturgo y letrista brasileño.
Ir al cine puede llegar a ser la mejor terapia para el alma. En cada ocasión, nos sentamos en una cómoda butaca, nuestra respiración se vuelve cada vez más lenta y, mientras las luces se van apagando, nos vamos introduciendo dentro de un mágico mundo paralelo. Es el momento en el que comenzamos a escapar de nuestra realidad envuelta de preocupaciones y problemas -al menos durante un rato-, para experimentar "algo" totalmente diferente.
La era de las enfermedades mentales
Según los últimos estudios, los trastornos psíquicos van a convertirse en las enfermedades más comunes que afectarán en un porcentaje creciente a las poblaciones de las sociedades desarrolladas del siglo XXI.
Por esta razón, ciencias como la Psicología no dejan de abrir nuevas vías de análisis del comportamiento humano, en aras de conseguir soluciones y tratamientos eficaces que puedan tratar y frenar patologías como la ansiedad, la depresión o ese mal tan destructivo -y hoy por desgracia tan frecuente- llamado estrés.
El poder curativo del cine
De un tiempo a esta parte, muchos expertos psicoterapeutas han empezado a aplicar un nuevo conjunto de tratamientos, tomando el cine como elemento y pilar principal. A grandes rasgos, se trata de recurrir a determinadas películas para que una persona en tratamiento psicológico pueda, sin excesivas dificultades, identificar cuál es su malestar, se vea motivada a comunicar mejor sus emociones y logre así resolver esos problemas con sus propios recursos.
Hoy este procedimiento es conocido como Cineterapia, una tendencia que ha crecido rápidamente en Estados Unidos de la mano de dos reconocidos psicólogos americanos, John y Jan Hesley, con su libro Alquila dos películas y hablamos por la mañana. El uso de películas populares en psicoterapia.
Por su parte, Francesc Miralles, escritor y periodista especializado en psicología, en su libro Cineterapia, expone que "el cine, además de evasión, reflexión y recreo artístico, puede ayudar a tener una vida mejor".
Más concretamente, en esta obra se pueden encontrar diversos consejos prácticos para la vida, además de numerosas anécdotas cinéfilas de gran interés, las cuales logran su objetivo de entretener a lo largo de este mágico trayecto entre el celuloide y los estados de ánimo más frecuentes.
Según sus lineas, así como ejemplo, el nefasto mal del estrés o la saturación de estímulos externos pueden encontrar su remedio en el cine oriental, específicamente con la película coreana Hierro 3 (2004), del cineasta surcoreano Kim Ki-duk. Para Miralles, "alguien que está estresado, que sufre la intoxicación de las redes sociales como Twitter o Facebook, teléfonos y ordenadores... se encuentra en esta película con una historia muy sencilla y muy poética sin palabras. Una película que te descarga".
"Tae-suk es un indigente que lleva una vida espectral. Ocupa temporalmente viviendas, cuyos habitantes sabe que están ausentes. No roba ni ocasiona daños en los hogares de sus involuntarios anfitriones. En realidad, es una especie de fantasma que duerme en camas ajenas, come algo de las neveras de esos extraños y retribuye su forzada hospitalidad, haciendo la colada o arreglando alguna que otra avería doméstica. Sun-hwa, que en tiempos fue una hermosa modelo, se ha visto convertida en una sombra viviente por un marido que la maltrata, encerrándola en una casa ostentosa. El destino cruza los caminos de Tae-suk y Sun-hwa, aunque sus existencias están abocadas a no dejar huella en el mundo. Se conocen cuando Tae-suk entra en casa de Sun-hwa, y enseguida saben que son almas gemelas. Como si estuvieran unidos por vínculos invisibles, descubren que no pueden separarse y aceptan en silencio su nuevo y extraño destino".
Si en estos momentos no estás bien, los mundos del cine te esperan para ayudarte
Poeta humano y urbano, juglar que respira temas cotidianos perfumados de realidad traumatizada, costumbrismo casi surrealista, desidia, olvido, de amor cansino, desamor y tristeza. Gran juntador de palabras de cuyos versos podemos disfrutar en sus numerosas canciones, acordes reflejos de su vida. En otras ocasiones, versos voladores regalados en cada uno de sus sonetos y poemas, en toda la poesía que suele preceder a sus mejores canciones.
Como muestra de ello, algunos botones aún desabrochados:
Intro
¿Quién envenena las palabras?
¿Quién truca el dado del parchís?
¿Quién me asesina por la espalda?
¿Quién llora si me ve reír?
¿Quién va desnudo a la oficina?
¿Quién contamina mi jardín?
¿Quién ha inventado la rutina?
¿Quién coño me ha robado el mes de abril?
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Nos sobran los motivos (Intro)
Les presento a mi abuelo bastardo.
A mi esposa soltera.
Al padrino que me apadrinó en la legión extranjera.
A mi hermano gemelo patrón de la merca ambulante.
A mi tío el marino que tuvo un sobrino cantante.
Al putón de mi prima Carlota y su perro salchicha.
A mi chupa de cota de malla contra la desdicha.
Mariposas que cazan en sueños los niños con granos, cuando sueñan que abrazan a Venus de Milo sin manos.
Me libre de los tontos por ciento de Trento del business, dando clases en una academia de cantos de cisne.
Heredé una botella de ron de un clochal moribundo.
Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.
“Dar solamente aquello que te sobra nunca fue compartir sino dar limosna”. Breve, conciso y tajante. Así reza el dicho popular sabiamente. Y es que resulta demasiado fácil dar cuando nunca te ha faltado y aún no te falta de nada y cuando siempre lo has tenido y aún tienes de todo. Demasiado fácil.
Con esto, no quiero decir que me parezca reprobable el hecho de dar cuando nadas en la abundancia material absoluta. Nada más lejos de mi intención. Simplemente considero que no tiene valor, a pesar de la aparente buena intención. Y digo “aparente buena intención” porque más allá del interés mostrado de estas personas por ayudar, siempre se oculta el interés no mostrado de las mismas por quedar “bien” ante la sociedad, ante los demás, por buscar la buena imagen, la buena fama, la conducta intachable, sintiéndose de esta manera más “valiosas” y mejor consigo mismas. Es decir, realmente existe un interés no explícito, a través de actos en apariencia desinteresados. Resulta, por tanto, demasiado fácil- insisto.
¿Hipocresía? No exactamente, quizá se acerca más a los términos de “utilidad" o "usabilidad”. Me explico enseguida, tuppernautas. Según mi humilde visión, me parece que estos privilegiados materiales se sirven de sus riquezas, las utilizan y las usan en contadas ocasiones para generarse a sí mismos con ello varios beneficios premeditados, suponiendo -claro está- el mejor y más “puro” de los casos, puesto que a veces todo se entremezcla con el deseo, además, de ver incrementadas sus cuentas bancarias. Así pues, estos beneficios podrían ser: el personal, por el hecho de llegar a sentirse así más “valiosos”; y el social, de cara a la galería, es decir, el que obtienen por el hecho de lograr el reconocimiento y aprecio de los demás, ganando la competición que les otorga la medalla de la aparente limpia y pura generosidad.
Sin duda, una competición que ya -de antemano- tenían ganada. Una carrera sin esfuerzo alguno, sin ningún tipo de sacrificio. Una carrera en el mejor y más lujoso de los bólidos del mercado. Es tan desmesuradamente fácil para ellos, que llega a ofender.
Queridos tuppernautas, no es mi intención cuestionar sus actos y juzgarlos y juzgarles. Para nada, quién soy yo para hacerlo… Además, agradecida siempre me hallaré si todo el mundo implicado pudiera salir de alguna manera compensado -aunque siempre, es inevitable, unos saldrán más que otros, pero en fin…-. Simplemente me limito a observar las cosas tal y como creo que son y luego las comparo.
Así de simple: observo y comparo. Nunca juzgo, es muy importante no olvidar este detalle.
Comparo cuando me doy cuenta de que existe otro tipo de personas. Para mí una raza superior, a punto de su irremediable extinción. Y puedo deciros -muy orgullosa- que yo he tenido y tengo el enorme privilegio de conocer a más de una. Las admiro. Y las valoro inmensamente. Me alimentan y me dan la energía necesaria para seguir creyendo en las auténticas buenas intenciones, en esas pocas que se visten de limpia generosidad.
Queridos tuppernautas, estoy hablando de aquellas personas que te dan más que palabras vacías. Te dan hechos auténticos. Te dan sin tener. Comparten lo poco que tienen, a veces sin que nos demos cuenta de ello, con cada detalle. Son extraordinarias, porque resulta tremendamente difícil dar cuando no has tenido y aún no tienes de nada y cuando te ha faltado y aún te falta de todo. Tremendamente difícil.
Me llena de felicidad cuando descubro esos detalles tan generosos y altruistas. Tan desinteresados. Cuando, inesperadamente, aparece encima de mi mesa esa generosidad de la que os hablo con forma de Brújulas que buscan sonrisas perdidas. Con forma de ese libro tan deseado que no podía comprar aquella tarde gris, y que aparece así de repente un día encima de mi mesa. Sin palabras vacías, sin explicaciones. Aparece sin más y, con lo que significa, resurgen también cada una de mis sonrisas. Y soy consciente de lo tremendamente difícil que puede llegar a ser -insisto.
Me llena de felicidad cuando me doy cuenta de que me rodean personas que me quieren, sin pedirme nada a cambio. Se preocupan por mí, por mi bienestar, por mi felicidad. Me lo demuestran cuando se toman la molestia de descubrir esos pequeños detalles que me hacen feliz, y los transforman en realidades. Sin palabras vacías y sin explicaciones. No hacen falta.
Queridos tuppernautas, dar cuando no se tiene de nada y te falta de todo supone un esfuerzo sobrehumano en todos los sentidos posibles, y puede llegar a ser el mayor de los sacrificios. Esto por lo menos vale un mundo entero. Vale tanto, que no lo podría contabilizar con palabras o con números. Sencilla y humildemente vale.
PD: “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”. Eduardo Galeano.
De pequeñito no podía comer dulces, era algo introvertido y llevaba un enorme aparato en los dientes
Cuando se hace mayor consigue abrir una tienda de golosinas y empieza a crear dulces imposibles. Sus creaciones se hacen muy famosas y logra construir todo un imperio
Buscará un heredero.
Charlie Bucket será el niño que querrá llevar siempre dentro.
¿De quién estamos hablando?
*Respuesta al perfil de la semana pasada:
"El Halcón Callejero", serie de televisión norteamericana protagonizada por Jesse Mach (Rex Smith).
Ese día estaba algo disgustada. Bueno… realmente muy enfadada, no os puedo engañar. Así que, decidí desaparecer durante un tiempo.
Detesto sentirme así. Me consume. Pero hay momentos en los que el enfado se apodera de tu mente por completo -y de tu cuerpo entero- y no lo puedes manejar. Yo no puedo hacerlo, tuppernautas. Se me nota enseguida en la mirada, no lo puedo esconder. Cuando algo me ha molestado, cuando algo me ha ofendido … reacciono al instante y me enfado. Se me nota en la cara y lo proyecto como una bala, sin ningún tipo de distinción.
Entonces me doy cuenta de que puedo hacer daño a los que me rodean, sin querer hacérselo. Por ello, intento escapar y me escondo hasta que consigo que el enfado se vaya de mí, en una dura batalla conmigo misma que me deja sin energía. Afortunadamente, el enfado se va, abandona su lucha sin sentido y gano la batalla. Sin embargo, después de cada lucha hay que recuperarse y, sanando las magulladuras, llega la tristeza. Ésta, juez firme y exigente, te muestra las circunstancias tal y como son, tu malestar -el que detestas- y los errores cometidos. Sin poder remediarlo, me impone su castigo, pero al final, comprensiva, me ofrece una llave y se despide de mí asegurándose de que he aprendido la lección. Finalmente, junto al mejor aliado que puedo tener, mi amigo el tiempo, y mi llave de la sabiduría, consigo que se abra en mi mente y en mi corazón la puerta de la anhelada aceptación.
Siempre es así. Al cabo de varios días, una vez curada, yo decidí volver de nuevo. De esta manera, así fue como regresó la calma y, con ella, el bienestar, la normalidad y la cordura.
Queridos tuppernautas, debo decir que me he encontrado con ciertas personas que pueden -aparentemente- dominar su ira, y su enfado. Es cierto. Lo ocultan y lo disimulan, pero el enfado está ahí. Se aloja en ellas, y nunca sabes cuándo se irá. Estas personas me asustan -y mucho- porque no son transparentes. No sé lo que están sintiendo realmente. Silencian su enfado, aparentando que todo está bien. El verdadero problema es que no lo está y que, cual semilla que germina, el enfado venenoso va creciendo en su interior.
Sin ser conscientes de ello, estas personas acaban enfermando. Ellas mismas se van intoxicando de su propio enfado, de ese veneno cada día. Su actitud cambia, pues comienzan una batalla contra el mundo y los demás -y lo que es aún más grave- la emprenden por la espalda, de una manera soterrada y oscura. Dejan de pensar con claridad y lógica. Están confundidas. Llegan a convertirse en unas auténticas marionetas manejadas por la cruel mano de la ira. Ésta se convierte en su guía, en esa mano que les da la fuerza y la vida, en esa especie de absurda “guerra fría”.
Queridos tuppernatuas, quiero creer que quizá, a solas frente al espejo, tal vez puedan desnudarse durante unos segundos. Puedan dialogar consigo mismas, cuestionándose su realidad y su manera de actuar. Me gustaría creer que quizá, transformadas en el “Dr. Jekyll” y “Mr. Hyde” alguna vez, tal vez , quién sabe… logren descubrir la auténtica verdad, diferenciando lo que está bien de lo que está mal y que, de una vez por todas, al fin comiencen a desenmascarar a ese impostor y mentiroso, acabando -yendo aun más lejos de la propia conciencia- con la, hoy tan frecuente, insoportable hipocresía social.
PD: El antídoto de la aceptación contra el veneno de la enfermedad del enfado crónico se halla en uno mismo. Es invisible a los ojos, pero no a la mirada. Solo aprendiendo a mirar, limpiaremos el cristalino que nos descubrirá y mostrará el auténtico camino. Solo tú puedes decidir cuándo y cómo quieres aprender a mirar. Tú decides cuándo y cómo hacerlo.
¿Os acordáis de esta tierna cancioncilla? Dice así:
"Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés".
Se llama El lobito bueno y pertenece al escritor José Agustín Goytisolo. ¿La recordáis? Espero que sí, tuppernautas. Seguro que la habéis escuchado alguna vez -si sois de mi generación- cuando erais pequeñitos.
Durante mi niñez, me encantaba escucharla y cantarla cada día. Para mí ha sido y es una de las canciones más dulces y tiernas de mi infancia. Es increíble cómo habiendo pasado tantos años, todavía me sigue conmoviendo como lo hacía en aquel entonces. Y qué bonita sonaba su melodía cuando la tocaba con mi flauta. Mi flauta. Ella se convirtió en mi fiel compañera. Mi instrumento favorito. Mi amiga inseparable. Dulce y tierna. Qué buenos momentos pasaba cuando la tocaba en el patio del portal de mi casa -la de mis padres, claro-. Su magia me acompañaba a todas partes. Un puñado de recuerdos imborrables, sin duda.
A veces, me encantaría poder volver físicamente a ese tiempo, a ese lugar, a esos momentos. Era feliz o - al menos- creía serlo.
Esta canción me hace volver a ser una niña y esto es algo que me llena de ilusión. La recuerdo y su melodía me traslada a esa época. Entonces, vuelvo a aquel patio con mi flauta. Empiezo a volar y el vuelo me aleja de la realidad y así, sin darme cuenta, con las primeras notas flotando, vuelve la magia.
Muchas personas que me conocen me suelen decir en confianza que soy "demasiado niña" para la edad que tengo. Puede ser que sea la imagen que proyecto. La verdad es que no me desagrada en absoluto que lo piensen y me lo digan. Me encanta descubrir que todavía no he perdido ese "yo infantil", que no se ha ido esa niña, la que me gustaría llevar siempre dentro de mi corazón.
Mis amigos me aconsejan que espabile de una vez. Que deje de ser tan tonta y tan crédula. Tan inocente y tan ingenua. Que, hoy en día, no se puede ir por la vida viviendo en "los mundos de Yupi". Que deje de confiar en los demás. Que me baje de la nube ya y que deje de soñar tanto en tonterías que no me llevan a ningún sitio. Puede que tengan razón, quién sabe...
Y claro que lo he intentado, tuppernautas. No me ha quedado más remedio que hacerlo debido a las innumerables caídas y golpes, Nos ha pasado a todos, ¿o no? Y es que cuando sangra la herida de la decepción, intentas curarte lo antes posible, así que te desinfectas lo mejor que puedes y te pones una tirita hasta que, con el tiempo, cicatriza.
Lo hace, es su naturaleza. Aparentemente la herida desaparece, pero en realidad la marca siempre te acompaña. Y por supuesto, que he intentado seguir sus consejos, he intentado no confiar demasiado y he dudado de las buenas intenciones... Lo he intentado millones de veces, lo he hecho y lo sigo intentando... pero me sale mal. ¿Por qué? Porque luego me arrepiento. Me arrepiento porque siento en mi corazón que me estoy equivocando, que ese no es el verdadero camino que debo seguir. No me gustaría transformarme en una completa desconfiada para acabar viviendo, inevitablemente, en el agujero negro de la desconfianza perpetua.
Me arrepiento de haber caído en ocasiones en ese agujero, de haberme alejado de experiencias, de cosas y de personas por culpa de mis miedos y del temor al dolor que pudieran provocarme las caídas y las heridas.
Queridos tuppernautas, todos conocemos muy bien esa sensación. Todos sabemos qué es el miedo porque lo hemos experimentado desde el mismo día en que vinimos a este mundo. Existen múltiples modelos y de todos los colores: miedo a la soledad, a la decepción, al rechazo, al ridículo, al amor, al fracaso, a la vida, a la muerte, a la enfermedad, al compromiso, al cambio... Muchísimos miedos que nos hacen compañía sin pedir permiso, a lo largo de toda nuestra existencia.
Estos son nuestros auténticos frenos, los cuales se disfrazan de escudos protectores según la ocasión. Empezamos a creer en ellos. Creemos sus palabras. Nos ciegan y dejamos de arriesgar y -lo que es aún más imperdonable- dejamos de soñar. Nos paran en el camino para abrigarnos y protegernos del frío y de la lluvia. Quieren protegernos del dolor de las nuevas decepciones y frustraciones, de las lágrimas. Y así, al calorcito de su protección y comodidad, nos convertimos sin ser conscientes de ello en prisioneros de la inseguridad, la desconfianza y la cobardía. Prisioneros dentro una manejable celda a la que nos acostumbramos y de la que no queremos escapar.
Me arrepiento, entonces, cuando no me he dado la oportunidad de seguir andando. Cuando no he querido escapar. Cuando no he confiado ni en mí misma ni en los demás. Cuando no he tenido el coraje suficiente para avanzar. Me arrepiento... Siempre me ha hecho sentir vacía ese freno, ese escudo de aparente "bienestar".
Queridos tuppernautas, y me arrepiento -os vuelvo a repetir- porque siento en mi corazón que me estoy equivocando, que esa no es la verdadera dirección que debo seguir. Porque no me gusta transformarme en una completa desconfiada para acabar viviendo, inevitablemente, en el agujero negro de la desconfianza perpetua.
Lo cierto es que con los años me he ido dando cuenta -gracias a esos grandiosos sabios llamados experiencia y miedo-, de que lamentablemente ser así -"demasiado niña"- en la treintena duele. Duele pero quiero creer y creo en la esperanza de que puede acabar compensando.
Es doloroso -por ejemplo- descubrir y comprobar que a veces nada es lo que parece ser. Y que todo finge ser lo que no es. Todo aparenta ser y nada parece lo que no es. ¡Qué galimatías! El mundo al revés... ¿confiamos? Qué le vamos a hacer... Creo en la esperanza.
Me acuerdo otra vez de mi dulce cancioncilla: "Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos...". La cándida niña de diez años la cantaba y la tocaba con su flauta en aquel patio. Cuánta inocencia. Solo unas cuantas frases, encerrando tanto significado, tanta sabiduría de vida... y ella sin saberlo todavía. Ella era feliz con su amiga y con esa mágica melodía. Lo recuerdo como si no hubiera pasado el tiempo. No quiero perderla. No quiero perder esa felicidad, esa magia.
Por eso la protejo, no la expulso. Mis maestros la experiencia y el miedo me han enseñado el significado de sus palabras, abriéndome la puerta para escapar cuando quiera y seguir confiando en mí y en los demás. ¿Por qué? Porque creo en la esperanza de que puede acabar compensando.
Queridos tuppernautas, hoy sé que no quiero perder la mirada de esa niña de diez años, aunque a veces duela. Por ello, me atrevo a apostar por volver a ser esa niña de nuevo. Esta vez una niña mejorada, reinventada en el tiempo con el regalo más grande jamás concedido: la sabiduría.
PD: "No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo". Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592). Escritor y filósofo francés.